(Publicado en Mercados de El Mundo – Reggio´s, aquí)
LUCES LARGAS
Aunque parezca difícil de creer, no hay consenso entre los economistas sobre por qué se producen episodios de desempleo masivo involuntario como el actual. De hecho, hasta el año 1936 en el que Keynes publicó su Teoría General de la Ocupación, ese fenómeno se declaraba imposible por los modelos económicos vigentes, que decían que el equilibrio de pleno empleo se alcanzaba siempre gracias a que los salarios se ajustaban a la baja para que oferta y demanda se compensaran. Si eso no ocurría, si los salarios no bajaban lo suficiente para hacer rentable la contratación, entonces se trataba de paro voluntario: por ese salario los trabajadores preferían no trabajar y dedicarse al ocio, olvidando el pequeño detalle de que no quedaba claro de qué iban a vivir esos parados voluntarios cuyo único patrimonio era y es su capacidad de trabajar.
Keynes introdujo en la teoría económica algo que Henry Ford ya había descubierto años antes: los salarios tienen un carácter dual en el sistema económico. Son un coste para el empresario y, por tanto cuanto más bajo mejor; pero, por otro lado, esos mismos trabajadores conforman la masa de consumidores potenciales de lo producido por el empresario. Por tanto, desde ese segundo aspecto, cuanto mayor sea el salario, más capacidad adquisitiva tendrán, haciendo crecer las ventas y los beneficios de las empresas.
Un empresario privado estará dispuesto a contratar trabajadores siempre que el valor obtenido por la venta de lo producido por ese trabajador sea mayor, o como mucho, igual, a los costes de fabricación, incluyendo su salario. Podría darse el caso de que aún con salarios bajos, si no hay compradores para lo producido, el empresario no tenga interés en contratar asalariados que fabriquen, aunque barato, bienes o servicios que nadie adquiere. Por tanto, puede haber desempleo no porque los trabajadores se resistan a rebajar salarios, sino porque aquello que produce quien organiza la empresa no encuentra demanda. En ese caso, el paro sería involuntario ya que no se debe a la resistencia de los trabajadores (sindicatos mediante, o no) para ajustar salarios a la baja, sino a la incapacidad del empresario para encontrar un ajuste entre el producto que ofrece y lo que demanda el mercado.
Sin entrar en las implicaciones detalladas de cada situación, hay tres tipos de desempleo: uno más o menos voluntario, pero otros dos no: el procedente de una insuficiencia general de demanda y el debido a una oferta de productos que se ha quedado obsoleta o ha perdido competitividad. La demanda de trabajo es, así, derivada de la de productos. Sólo se contratan trabajadores si el empresario puede vender lo que fabriquen, cosa que no está asegurada de antemano. Por eso, cuando el desempleo procede de escasa demanda efectiva, bajar salarios es contraproducente y por eso, hace falta que el Estado contribuya a sostener la demanda agregada de la economía mediante el gasto público, aunque incurra en déficit temporal.
En economías abiertas como las nuestras este análisis se complica porque una parte de nuestra demanda proviene, o se satisface, en otros países, a la vez que nuestra producción compite también en nuestro mercado nacional con la de otros países. Eso puede alterar los porcentajes de cada causa en la composición del paro masivo. Pero en una crisis de origen financiero, donde lo que se ha roto es el mecanismo de generación de demanda efectiva adicional a través del sobreendeudamiento privado, el paro es, fundamentalmente, involuntario, como consecuencia de una caída brusca de la demanda en un sector (construcción), que se ha trasladado al conjunto de la economía como consecuencia de la quiebra del circuito del crédito.
Conocer todo esto es importante a la hora de diseñar políticas que combatan el paro masivo que nos afecta. Una estrategia en esa dirección significa hoy tres cosas: mantener la demanda agregada de la economía (no rebajar salarios y no recortar gasto público productivo); mejorar competitividad rebajando costes laborales no salariales (cotizaciones sociales) y articular políticas que mejoren la productividad empresarial, reforzando la innovación y la internacionalización para acercar los productos y servicios que se ofrecen a aquellos que demanda el mercado. Y todo ello necesita mantenerse con una adecuada provisión de financiación crediticia bancaria.
Cuando un país padece un episodio de paro masivo es que tiene un problema económico. Pero cuando el paro masivo se hace, además, permanente, es que tiene un problema de instituciones. Es decir, político. Saber dónde están los verdaderos problemas es fundamental para resolverlos. Y si nuestro principal problema es el paro masivo continuado, habrá que buscar soluciones a ese problema y no a otros que pueden ser también, muy importantes, pero no tan urgentes. Sobre todo si con ello nos alejamos de las tres líneas de solución arriba esbozadas.
Los que confían en que los mercados, incluso los financieros, toman decisiones racionales en base a la mejor información existente, deben convencerse de que la mejor garantía para sus créditos es que generemos ingresos suficientes que nos permitan hacer honor a las deudas, en lugar de apretarnos tanto el cinturón que corramos el riesgo de morir asfixiados. A los que somos más escépticos respecto al buen funcionamiento de los mercados nos parece que no debemos plegarnos, sin más, a sus exigencias. Sobre todo porque tras cada ataque, incluso a países que cumplen sus deberes, buscan obtener mayores beneficios subiendo los tipos de interés aprovechando las debilidades institucionales de una construcción europea asimétrica, con moneda única y casi todo lo demás plural.
Desde esa perspectiva, la más urgente de las reformas sería efectuar emisiones centralizadas de eurobonos, compartiendo riesgo toda la zona euro, como ocurre en EEUU. Hacer pagar a los ciudadanos los problemas que tienen los gobiernos europeos para alcanzar acuerdos en torno a soluciones institucionales adecuadas no resulta correcto. Porque de esta no salimos ni con menos Estado, ni con menos Europa, sino con un mejor Estado europeo y diagnósticos nacionales más acertados.