16 meses de discusiones, propuestas, contrapropuestas, estira y aflojas, descansos y tensas reuniones
La vida nos ha enseñado a intentar contemplar los hechos desde una perspectiva que nos pueda ayudar a no juzgarlos desde la cercanía de su consumación, sino desde la contingencia dentro del devenir del tiempo, que permita descifrar los antecedentes que los puedan haber motivado. Samuel Butler, un poeta y escritor inglés del siglo XVII; en su poema satírico burlesco sobre el puritanismo, “Hudibras”, dejó escrito: “Cuanto más tiempo disputamos, tanto más lejos nos hallamos del fin de la disputa”. Y esto debe haberles ocurrido a estos maratonianos agentes sociales, Patronal y Sindicatos, que después de 16 meses de discusiones, propuestas, contrapropuestas, estira y aflojas, descansos y tensas reuniones; han tenido que acabar reconociendo que eran incapaces de llegar a un acuerdo ni tan siquiera de mínimos, aunque, en esta precisa materia de la negociación colectiva, mucho nos tememos que tampoco hubiera servido para nada y, mucho menos, para solventar los graves problemas que, hoy en día, afectan a las empresas encorsetadas en una legislación laboral arcaica, obsoleta, basada en la lejana lucha de clases del siglo XIX y propia de países autoritarios, en los que los avances democráticos han sido sustituidos por farragosas leyes que sólo consiguen complicar, aún más, las ya de por sí difíciles relaciones de los empresarios con sus trabajadores.
El señor Rodríguez Zapatero se las prometía muy felices cuando decidió que la crisis, que se fue extendiendo por todo occidente, no nos iba a afectar a España. Después de que la realidad le hiciera bajar del burro y sus asesores le advirtieron de que era inútil seguir negando su existencia y que era preciso afrontar nuestra propia crisis inmobiliaria –que, por raro que pudiera padecer, fue mucho más virulenta en España que en el resto de países europeos y, de paso, puso en evidencia a bancos y cajas que, confiados en que la burbuja inmobiliaria iba a durar para siempre, se habían lanzado a la especulación concediendo hipotecas incluso superiores a las normas de seguridad y solvencia a las que debían estar supeditados – aceptando su existencia. Su política de agotar los recursos del Tesoro recurriendo a las subvenciones, empezando por al sector bancario, en vez de intentar atajar la sangría de puestos de trabajo, dando ayudas a las empresas, proporcionándoles liquidez con créditos blandos para que pudieran atender sus pagos y mejorar sus instalaciones; empujarlas para que se pusieran a la altura del resto de Europa en productividad y competitividad y dándoles facilidades para subsistir, mediante la reducción las cargas sociales y los impuestos que las estaban asfixiando.
El mes de mayo del 2010 fue crucial para España. Los vencimientos de la deuda pública amenazaron con el default de la nación y, el Gobierno de ZP, se encontró entre la espada ya pared, cuando se vio en dificultades para renegociar las cantidades que iban venciendo. Tuvieron que ser la CE, a través de Bruselas y el ECOFIN, el BMI, el BCE, el señor Obama y los chinos, quienes tomaran la iniciativa para obligar a ZP y su gobierno a tomar medidas de choque, advirtiéndoles de que, España, no podía seguir ignorando sus dificultades económicas y financieras, máxime, cuando la quiebra soberana de nuestro país pondría en grave peligro la estabilidad del euro y de la propia UE. A contrapié, ZP tuvo que dar un viraje de 180 º y comenzar a cumplir lo que se le había ordenado; empezando por un recorte salarial para los funcionarios de un 5% y la congelación de las pensiones contributivas. El 10 de junio fracasó el intento del Gobierno de conseguir un acuerdo con Patronal y Sindicatos para la reforma del mercado laboral. Un Decreto la aprobó y se dio hasta el 19 de marzo, para la reforma de la negociación colectiva. Firmado en febrero el Acuerdo Social y Económico quedó acordado el pacto para la reforma del sistema público de pensiones.
Ante la posibilidad de que hubiera acuerdo, el Gobierno no puso objeciones a ampliar el periodo de negociaciones. Los principales aspectos de la negociación eran: la posibilidad de cambios de las condiciones laborales de los trabajadores en tiempo de crisis en relación con la jornada, movilidad y funciones; prevalencia del convenio sectorial sobre el de empresa o viceversa y la conveniencia de prorrogar o no los convenios expirados. Los Sindicatos también intentaban poder meter baza en la organización del trabajo y una participación en las mutuas privadas. De hecho, el señor Fernández Toxo, líder de CC.OO no se ha cortado al decir que “los empresarios pretendían mantener una norma franquista que les atribuía la organización del trabajo dentro de la empresa”. Finalmente, todo ha quedado en agua de borrajas y la patata caliente ha vuelto al Gobierno y a su ministro de Trabajo, don Valeriano Gómez, que se verá obligado a preparar un Decreto-Ley que acabe, de una vez, con este largo contencioso.
Esta es la Historia, pero no podemos dejar de pensar que, en esta larga peripecia, ha intervenido, aparte de los protagonistas sociales, la larga mano del Ejecutivo que, a mi entender, ha estado explotando, intencionadamente, el hecho incuestionable (al menos para los que hemos conocido, directamente, lo que es una negociación colectiva) de que poner en manos de empresarios y sindicatos el elaborar un acuerdo, que luego será elevado a ley, es como pretender que dos perros se pongan de acuerdo para repartirse un filete. Ambas partes saben que no pueden ceder porque, detrás de ellas, tienen a toda una serie de empresarios o trabajadores que les van a pedir cuentas de los acuerdos y que van a mirar con lupa cualquier cesión que estimen que les pueda perjudicar. Sin duda que, ZP, sabía que, el verse obligado a legislar sobre esta materia, podría acarrearle serios problemas con los Sindicatos y, por otra parte, no hacer nada al respecto era enfrentarse a sus fiscales de la UE que le iban a pedir cuentas. Mientras estuvieran deliberando, empresarios y trabajadores, él podía decir a Bruselas que se estaba trabajando para una reforma en profundidad (algo que en ningún momento se ha puesto sobre el tapete) del mercado laboral.
La falta de un acuerdo va a poner a nuestro Gobierno en el trance de arbitrar una solución, algo que me temo no les gusta nada y que, sin duda, no va a satisfacer a ninguna de las partes y, mucho nos tememos, va a obligar a don Valeriano a hacer encaje de bolillos si quiere que, en Europa, acepten como buena la reforma, que habían vendido como un cambio radical en las relaciones laborales. En cualquier caso, es evidente que, en la situación delicada en que están muchas empresas españolas, con casi 5 millones de parados, con las dificultades con las que nos vamos encontrando para colocar nuestra deuda ( cada vez más onerosa), con el déficit de nuestras CC.AA reconocido (y el que va a florar, seguramente, de las auditorias que los vencedores de las pasadas elecciones van a llevar a cabo en los municipios y autonomías sobre los que van a gobernar); si no se les permite a las empresas una mayor flexibilidad y movilidad de sus plantillas y la potestad de que, el empresario, tome libremente sus propias decisiones respecto a la marcha de su empresa, sin que cada vez tenga que pasar por el cedazo de la representación sindical; es evidente que, la reforma, no será más que la puntilla para la economía y las finanzas españolas y la definitiva caída de la confianza, tanto dentro de España como fuera de ella. ZP tiene la ocasión de hacer un servicio a los ciudadanos españoles y redimir, en parte, las consecuencias de dos legislaturas demenciales. Falta ver si el delfín, Rubalcaba, se lo va a permitir. O eso es, señores, lo que yo opino al respecto.
Miguel Massanet Bosch
Es gracioso el tema de la mobilidad geográfica, cuando se alude a ella como algo que favorece la productividad y permite a las empresas hacerse más competentes, cuando en realidad no es más que una licencia que tiene el empresario para imponer sus condiciones pasándose por el forro la familia y la situación familiar de su plantilla. La idea que subyace en la estrategia que propone la UE y en sus requerimientos es la siguiente: habéis sido malos, ahora no podéis vivir como el primer mundo, volved a un sueldo tercermundista y a unas condiciones de trabajo pre-revolución industrial. Solo así podréis redimiros.
Y digo yo que ellos, la UE en general, pero Francia y Alemania en definitiva, algo habrán hecho mal cuando ven peligrar sus ahorros y los créditos concedidos a bancos españoles…