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El presente como historia: ¿qué somos? – IV (por Ramón Tamames)

Publicada el agosto 19, 2011 por admin6567
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Ramon_tamames Ramón Tamames (Publicado en Republica.com, aquí)

IV. NACIONES UNIDAS, GUERRA FRÍA Y PLAN MARSHALL

1. El nacimiento de la ONU

Cuarto capítulo de la serie referenciada en el primer epígrafe de esta misma página, tras haber estudiado el escenario de desarrollo de la actividad humana, las primeras iniciativas de paz universal, la propuesta kantiana traducida en la Sociedad de las Naciones, un proyecto que como vimos fracasó estrepitosamente. Seguimos hoy en nuestro itinerario tras ese fiasco de la SDN, todo un torrente de muertes y destrucción de la Segunda Guerra Mundial. Que hicieron ver la ne­cesidad de una organización menos laxa, de mayor ám­bito en sus cometidos, y con fórmulas más eficaces, a fin de evitar nuevas guerras.

Razones, todas ellas, que condujeron a la creación de las Naciones Unidas, gestada en los años de la gran conflagraron, a partir de la «Carta del Atlántico», de 14 de agosto de 1941. Un documento que suscribieron Churchill y Roosevelt para luego desarrollarlo con las Declaraciones de Washington (1 de agosto de 1942) y de Moscú (30 de octubre de 1943). Y previéndose que uno de los primeros proble­mas de la paz sería la alimentación, en mayo de 1943 se celebró en Hot Springs (Virginia, EE.UU.) la reunión de la que surgió el embrión de la primera agencia especializa­da de la actual ONU, la Organización para la Alimentación y la Agricultura, la FAO (Food and Agriculture Organization).

Ese dispositivo de las Naciones Unidas, se amplió, en noviembre del mismo año 1943, con la UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation Administration), que había de actuar con medidas de emer­gencia para ayudar a las naciones más duramente afectadas por las destrucciones y otras calamidades de la guerra. Y seguidamente, se esbozaron los dos organismos econó­micos más importantes de la futura organización internacional en­tre el 1 y el 22 de julio de 1944, en el Hotel Bretton Woods, en el estado de New Hampshire, EE.UU.: la conferencia constitutiva de otras dos agencias especializadas de la futura ONU, el Fondo Monetario Inter­nacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) o Banco Mundial.

Poco después, en dos rondas negociadoras —del 21 al 28 de agosto de 1944, y del 2 de septiembre al 7 de octubre—, las potencias aliadas reunidas en una mansión de Washington, D.C., conocida como Dumbarton Oaks, echa­ron los definitivos cimientos de la nueva organización glo­bal. Y en la Conferencia de Yalta, Crimea, URSS, se aceptó por Roosevelt de facto el área de influencia soviética al Este de Europa, a cambio de la anglosajona al Oeste. Tras lo cual, el 11 de febrero de 1945, Roosevelt, Stalin y Churchill anunciaron formalmente haber convenido la convocatoria de “una Conferencia de las Naciones Unidas, en San Francisco de California, con el fin expreso de re­dactar su carta fundacional; sobre la base de los acuerdos de Dumbarton Oaks”. Esa Conferencia de San Francisco (25 y 26 de abril de 1945) aprobó, por unanimidad de las 50 na­ciones asistentes, la Carta de las Naciones Unidas, el texto constituyente de la ONU, como foro mundial para la preservación de la paz.

En la Carta se crearon, básicamente, cuatro órganos: el Consejo de Seguridad, en el que los miembros permanentes (EE.UU., URSS, China, Reino Unido y Francia) se reservaron el derecho de veto para las cuestiones en que cada una de las potencias entendiera que no era indispensable intervenir, un tema sobre el cual volveremos al final de esta serie. En cuanto a la Asamblea General, se configuró según el principio de un Estado, un voto; el Consejo Económico y Social (ECOSOC), se estableció para regir el sistema de agencias especializadas y comisiones económicas regionales; y la Corte Internacional de Justicia para los litigios entre los socios de la ONU.  

 

2. El mundo bipolar: tensión Este/Oeste en la guerra fría

Después de todo lo analizado hasta aquí, cabe decir que en la dinámica ulterior a la Segunda Guerra Mundial y el nacimiento de la ONU, la política internacional más activa no se centró tanto en consolidar la nueva organización universal, como en el forcejeo EE.UU./URSS. Y fue esa dinámica la que produjo, en los inicios de la guerra fría la prodigiosa aventura del Plan de Recuperación Euro­pea, como oficialmente se denominó el Plan Marshall, cuya configuración empezó el 21 de febrero de 1947. Ese día, a última hora de la tarde, en Washington, D.C. en la Secretaría de Estado, se recibió una lla­mada telefónica urgente de la Embajada británica, solici­tando una inmediata entrevista con el jefe de la diplomacia norteamericana, el general Marshall, se­cretario de Estado, que en ese momento acababa de salir para su casa, tras una larga jornada de trabajo.

George Marshall estaba cansado, pues a pesar del vigor con que se mantenía a sus sesenta y siete años, aca­baba de regresar de China, donde la visión directa de la espectral guerra civil y del imparable avance de Mao Tse-Tung le ha­bían llevado a recomendar al presidente Harry S. Truman que EE.UU. no interviniera más en favor del corrupto Chiang Kai-shek. Sabia decisión, pues de otra manera EE.UU. se habría implicado en una guerra imposible de ganar, poniendo al tiempo en peligro la gran victoria de 1945 en Europa y el Pacífico.

Las prisas de Londres por conversar con Marshall, no estaban injustificadas: se quería anunciar la firme decisión del Premier británico, el laborista Clement Atlee de suspender la ayuda militar a Grecia y Turquía, después de que en verano de 1946, ocho meses antes, los bri­tánicos se hubieran comprometido a reforzar la línea de re­sistencia formada por ambos países (e Irán), frente a las presiones soviéticas. Pero Londres daba marcha atrás, por sus graves dificultades económicas; las propias de un escenario de escaseces alimentarias, reconstrucción necesarias y postergadas, desintegración del Imperio por las emancipaciones sucesivas, empezando por Birmania (1946) y la India (1947), etc.

En realidad, lo que estaba en trance de producirse era el reajuste inevitable de los intereses de las dos grandes potencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial: EE.UU. y la URSS. Por ello mismo, Washington D.C., no sin algunas reticencias iniciales, se dispuso a relevar a Londres en el papel de superpotencia garante del predominio occidental y anglo­sajón; ante la evidencia de que el Reino Unido carecía de la fuerza económica y militar necesaria para afrontar, por más tiempo los inmen­sos gastos de todo un extenso rosario de bases militares a lo largo y a lo ancho del mundo: los británicos afrontaban la patética realidad cotidiana de las cartillas de raciona­miento, y pasaban frío en la humedad de sus casas deterio­radas. O Imperio o bienestar, to be or not to be, esa fue la cuestión en la vieja patria de Shakespeare.

La posibilidad del paso de Grecia y Turquía de la esfera anglosajona a la soviética, estremecía por igual a británicos y norteamericanos. Y por ello mismo, la res­puesta de EE.UU. no se hizo esperar. El 12 de marzo de 1947, diecinueve días después de haber llegado la solicitud al Secretario de Estado, el Presidente Tru­man, se dirigió solemnemente a una sesión conjunta del Congreso, anunciando la nueva política exterior de EE.UU.: «para apoyar a los pueblos libres, que están resistiéndose a verse sometidos por minoría armadas o por presio­nes exteriores». Ese fue el comienzo de la Doctrina Truman, que se instrumentó con celeridad, para mostrar la firme actitud de Washington D.C. frente a Moscú.

Precisamente en la capital soviética estaba reunida en aquellos días la Conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores de los paí­ses aliados en la Segunda Guerra Mundial. Iniciada el 10 de marzo de 1947, la Conferencia no finalizaría hasta el 24 de abril. Y fue a lo largo ese encuentro cuando se puso de relieve que entre los intereses de la URSS no figuraba el de propiciar una rá­pida reconstrucción de Europa occidental y mucho menos, de Alemania. En tales circunstancias, Marshall debió acordarse de China, para llegar a la conclusión de que esta vez EE.UU. no podía tirar la toalla en Europa Occidental, ya que de hacerlo, el desastre sería total. La conclusión fue terminante: ampliar la «Doctrina Truman» de Grecia y Turquía a toda Europa.

3. El Plan Marshall

Y finalmente, se formuló el gran designio, un luminoso domingo 5 de junio de 1947, en la Universidad de Harvard, George Marshall, invitado para su investidura como doctor honoris causa, pronunció el más memorable discurso de toda su vida. Defendió la necesidad de ayudar a Europa, todavía traumatizada por los efectos de la guerra, con su tejido económico destrozado, sin recursos materiales ni medios financieros y, sobre todo, «sin confianza de las gentes de cara a su futuro». Con palabras tan directas, se inició la más inteligente y productiva de las operaciones de política exterior de toda la historia de EE.UU.: el Plan Marshall.

El Plan desencadenaría grandes transformacio­nes: la reconstrucción de Europa occidental, la mo­dernización de su economía, el comienzo de la cooperación regional de EE.UU. y Canadá con toda Europa Occidental (OECE/OCDE) y, a la postre, la semilla de la integración económica europea; a impulsos de Paul Hofman, responsable por un tiempo de la Administración de EE.UU. en el Plan (Economic Cooperation Administration, ECA), que preconizó la necesidad de una unión aduanera europea, la convertibilidad monetaria y la libre circulación de bienes y factores, para así lograr economías de escala y sinergias, imposibles con 17 pequeños mercados compartimentados. En el mensaje de Hoffman hay que ver el verdadero origen de las Comunidades Europeas.

Naturalmente, hubo réplicas del lado soviético, entre ellas el COMECON, un ineficiente remedo comunista de las Comunidades Europeas. Y frente al Tratado del Atlántico Norte y la OTAN, que surgieron en 1949, en el Este se creó el Pacto de Varsovia (1955), como expresión de la política militar soviética frente a EE.UU. Así pues, cabe decir que el Plan Marshall marcó el comienzo del distanciamiento Este-Oeste; con un Stalin ganador de la guerra, que se negó a recibir la ayuda Marshall para la URSS y los países de su órbita, por entender que era parte de un plan hegemónico de EE.UU. De ese modo, el rechazo del ofrecimiento de Washington, D.C., fue el arranque de la guerra fría, y también el primer paso hacia la desaparición de la Unión Soviética 43 años después: el Partido Comunista de la URSS (PCUS), con sus pretensiones hegemoneizantes, no supo ni calibrar el potencial de EE.UU., ni las grandes posibilidades de rápida recuperación económica vía la Ayuda Marshall; que sí incluyó, con modalidades especiales, a los dos viejos enemigos de guerra que había sido Alemania y Japón.

En síntesis, en este capítulo 4 de nuestra serie estival, hemos visto cómo las Naciones Unidas no fueron el remedio de todos los males. La guerra fría manifestó nuevas tensiones, con ajustes en ambos lados de la dialéctica política. A propósito de la cual, hemos puesto especial énfasis en el Plan Marshall como origen de la reorganización de toda la estrategia del mundo occidental. Así las cosas, en el quinto y último capítulo de nuestra serie, acabamos por situarnos en el momento actual de distensión no exenta de problemas. Y como siempre, el autor queda a disposición de los lectores de República.com en el correo electrónico castecien@bitmailer.net.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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