La crisis económica acentúa las tensiones entre centro y periferia y se constituye así en marco y en impulsor de una fragmentación del Estado que el federalismo hubiera podido conjurar

©Eulogia Merlé
tema “¿qué es España?”. Durante una de las sesiones, desde el público, formulé a
Javier Pradera la pregunta de si no hubiera sido mejor el establecimiento de un
Estado federal, en vez del Estado de las autonomías, y nuestro desaparecido
amigo ofreció una explicación convincente: al federalismo se oponía entonces el
grado de desarrollo político muy desigual de las comunidades. Hubiera sido
entonces un error forzar la participación equiparable de las mismas en la
organización del Estado. El tema es si transcurridas varias décadas, la objeción
sigue siendo válida.
Esa desigualdad de situaciones de partida hizo obligado el hallazgo del
Estado integral en la Segunda República, antecedente de la Constitución italiana
de 1948. La guerra civil impidió entre nosotros que el goteo de Estatutos
culminara, mientras en Italia funcionó sin demasiados problemas, habida cuenta
de que los verdaderos conflictos, como el Tirol del Sur o Sicilia constituían la
excepción dentro de la regla unitaria nacional. La cuestión de fondo irresuelta
desde el Risorgimento, la integración asimétrica del Sur, se planteaba entonces
y ahora desde otras coordenadas, y el invento de Padania, ligado asimismo al
desarrollo desigual dentro del espacio económico italiano, es un fenómeno
reciente y de otras características.
En España, el problema viene de lejos y siempre resulta útil mirar a Francia
para establecer una comparación, ya que ambas fueron lo que en el siglo XVIII se
llamó “monarquías de agregación”, donde en un proceso secular iban sumándose
territorios en torno a un núcleo, el dominio real en Francia, la Corona de
Castilla en España —con el contrapunto hasta 1714 de la Corona de Aragón—,
desarrollando una pretensión centralizadora en el Antiguo Régimen que no anuló a
ambos lados de los Pirineos la singularidad jurídico-política de los pays
d’États o de los territorios forales. El corte llegó en Francia con la
Revolución, que al abolir las particularidades históricas sentó las bases de un
Estado-nación consolidado en el siglo y medio sucesivo. Mientras tanto, en
España el proceso de construcción nacional, fijado ideológica y
constitucionalmente en 1812, se vio afectado por una sucesión de
estrangulamientos, a partir del atraso económico, pero también en la enseñanza,
en la participación política, hasta desembocar a fines del siglo XIX en una
crisis general de la identidad española que abrió paso al auge de los
nacionalismos periféricos. No fue cuestión de esencias nacionales, ya que en
Francia hay también vascos, catalanes, e incluso bretones, sin que existan
movimientos nacionalistas susceptibles de cuestionar como en España la
supervivencia del Estado-nación. Y el brutal intento unificador del franquismo
sirvió solo en definitiva para agudizar aún más las tensiones.
La solución democrática estaba ahí desde que en 1840 nuestro primer
republicanismo, con Cataluña al frente, propusiera la organización federal de
España. Contó con un gran teórico, Pi i Margall, y también con un gran antídoto
para su puesta en práctica por el fracaso de 1873. En 1931 el espectro de la
Federal propició el viraje hacia el Estado integral, el cual a su vez sirvió de
antecedente para el Estado de las autonomías, el cual en buena medida constituyó
un éxito, al conciliar en la mayoría de los casos la identidad regional en
formación con la española y fomentar una gestión más próxima a los ciudadanos,
atenta a las especificidades culturales y a la exigencia de normalización
lingüística en las nacionalidades. Solo que el Estado autonómico ignoró la
exigencia que en la historia ha marcado el buen éxito del federalismo,
consistente en crear mecanismos horizontales de coordinación de los Estados
miembros —un Senado de verdad— y fijar inequívocamente los límites —sobre
asunción de competencias cuasi-estatales y endeudamiento— respecto del Estado
central.
Desde el principio, faltó articulación y se sucedieron conflictos verticales:
“En pocos años —constataba Eliseo Aja— se han planteado ante el Constitucional
10 veces más conflictos de competencias que en cuatro décadas en la República
Federal Alemana”. Con el complemento de la duplicidad administrativa y la
ausencia de corresponsabilidad fiscal, los nacionalismos se presentaron como
portadores auténticos de los intereses propios, sin que en los años dorados
pudiera percibirse el riesgo de un gasto excesivo que ahora ha estallado con la
crisis. Con tanta mayor incidencia sobre las élites nacionalistas, cuanto que
antes no era posible renunciar a la unidad de mercado y ahora siempre cabe
abrigar la esperanza de un despliegue de la potencialidad vasca o catalana en el
seno de Europa, libres de la camisa de fuerza española. Mientras germinaba la
crisis.
La cuestión de fondo es si el Estado español soportará una crisis que acentúa
las tensiones entre centro y periferia. Existe un antecedente próximo, la
disolución de la URSS, en la cual el desplome económico jugó un papel
determinante. Ante el hundimiento de la Hacienda soviética, los distintos
Estados miembros actuaron con estrategias inspiradas por el principio de
“sálvese quien pueda”. Era también la posibilidad para las elites regionales
comunistas de afirmarse definitivamente como cabezas de los nuevos Estados.
En el País Vasco, no la economía sino las próximas
elecciones autonómicas serán las que fijen las perspectivas de futuro
Algo que en otras circunstancias puede asimismo suceder entre nosotros, con
el aliciente de los ejemplos exteriores que tanto contribuyó a la fragmentación
de Europa desde 1989. Entonces se abrió la puerta a un alumbramiento de nuevas
entidades estatales, congelado desde 1945: la radicalización del PNV respondió a
dicho incentivo. Y ahora despunta una expectativa aun más influyente: el
referéndum de Escocia por su independencia. Nacionalistas catalanes y vascos
piensan que si la secesión escocesa triunfa, nada deberá oponerse a sus
propósitos. Y en Euskadi, se maneja el argumento adicional, tomado del mito
sabiniano, de que así como los escoceses exhiben en la independencia perdida en
1707, los fueros vascos equivalían a independencia hasta 1839.
En principio, la posibilidad de una fractura parecía limitada al País Vasco.
Ahora cobra fuerza la perspectiva de que Cataluña tome la delantera, después de
la catastrófica maniobra de Zapatero y Maragall al impulsar un nuevo Estatuto;
de esa peripecia han salido una buena dosis de frustración, resentimiento frente
a “Madrid” y, en consecuencia, una subida en flecha del independentismo. Así las
cosas, la evolución de la crisis revestirá una importancia decisiva, según pudo
apreciarse al plantear el gobierno central una intervención sobre algunas
comunidades, y responder de inmediato Mas con la amenaza de nuevas elecciones en
Cataluña, acompañadas del espectro de la ruptura. La asimilación al concierto
vasco constituye el objetivo, difícil de atender ahora, sin justificación
histórica, pero que ofrece un evidente atractivo para los ciudadanos catalanes.
De persistir y agudizarse la tensión, el independentismo puede muy bien
constituirse en expresión del malestar social, toda vez que la izquierda (PSC e
IC) carece de una estrategia propia.
Otro tanto sucede en Euskadi, también aquí con 2015 como fecha mágica, con un
PSE al borde de despedirse para siempre del gobierno vasco, impulsado además por
su presidente a jugar el juego del nacionalismo. Antes que la economía, serán
las próximas elecciones autonómicas las que fijen las perspectivas de futuro, ya
que el soberanismo pragmático del PNV puede encontrarse en un callejón sin
salida de triunfar la izquierda abertzale, con cuyo objetivo político coincide
formalmente. Al igual que en Cataluña, la defensa abierta de España queda
reducida a un PP condenado a ser aun más minoritario gracias a Rajoy. Aun con
buenos resultados, será difícil evitar que Urkullu proponga un nuevo tipo de
vinculación con el Estado, de signo confederal, comparable en el fondo, ya que
no en la forma, con el periclitado plan Ibarretxe. Y Bildu estará ahí para
impedir retrocesos.
Ciertamente, nada en la Constitución autoriza semejantes derivas, pero según
advirtiera la Corte Suprema de Canadá, la fuerza no es el procedimiento para
resolver tales cuestiones en democracia. La crisis económica se constituye así
en marco y en impulsor de una fragmentación del Estado que el federalismo
hubiera podido conjurar.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.
Lo que podemos apprender del pasado es los errores ou los exsitos. No hay que vivir en el pasado, hay que vivir en el presente, pero hay que apprender de los errores del otros para cambiar las cosas.