José Pablo Ferrándiz (Publicado en El País, aquí)
La sociedad española ha tendido siempre al optimismo según la experiencia
demoscópica acumulada. No obstante, nunca antes nuestro país se había enfrentado
a una crisis económica tan duradera, tan extendida y tan profunda
como la actual. Una crisis que parece estar haciendo mella en el tradicional
optimismo de los españoles: cada año que pasa desde que se inició, son menos los
españoles que dicen abordar el nuevo año con optimismo y más quienes se abonan a
la visión pesimista.
En enero de 2010, ya con la crisis instalada y asentada en nuestra sociedad,
todavía eran una abrumadora mayoría los ciudadanos (el 78%) que afirmaban
empezar el año con un espíritu optimista y solo uno de cada cinco (19%) decía
hacerlo con pesimismo. La diferencia entre unos y otros dejaba, así, un balance
positivo de +59 puntos. La ausencia de mejoras en los indicadores económicos
—incluso más bien su empeoramiento— ha ido mermando ese balance año tras año: en
enero de 2011, era ya 10 puntos inferior (+49) y en enero de 2012 disminuía
hasta situarse en +14.
Ahora que se inicia el sexto año de la crisis, la diferencia entre los
optimistas y los pesimistas sigue decreciendo y ya es solo de 5 puntos a favor
de los primeros: 48% frente a 43%. Un aumento del pesimismo que concuerda con el
vertiginoso aumento del porcentaje de ciudadanos que califican negativamente la
situación económica nacional: si en enero de 2007 —cuando todavía las palabras
“crisis económica” nos remitían a los primeros años de la década de los noventa—
las opiniones positivas sobre la marcha de la economía casi duplicaban a las
negativas (50% frente a 27%), ahora estas últimas son prácticamente absolutas:
el 95%.
El hecho de que también la economía familiar de los españoles se esté viendo
afectada ayuda a extender el pesimismo. Año tras año, decrecen quienes describen
su situación económica familiar como muy buena o buena: eran el 54% en enero de
2010 y son ahora el 45%. Y las perspectivas de futuro no parecen mucho más
halagüeñas: un 41% piensa que la situación económica de España empeorará a lo
largo de los próximos meses, un 38% que seguirá igual y solo un 19% cree que
mejorará; el 82% piensa que el paro se va a mantener igual que ahora durante
bastante tiempo todavía o incluso que aumentará; un tercio (32 %) de quienes
actualmente tienen trabajo cree probable perderlo en un futuro cercano y un 74%
de quienes están en paro ven poco o nada probable encontrar trabajo en los
próximos meses.
Se trata de un panorama desolador que ayuda a explicar la angustia que siente
la abrumadora mayoría de los ciudadanos tanto por la situación económica del
país (94%) como por la suya particular (84%). Una angustia que se torna en
desamparo cuando ni las principales instituciones nacionales ni la clase
política en su conjunto están sabiendo transmitirles seguridad y sosiego. Las
consecuencias sociales de esta doble crisis económica y política —no olvidemos
los recortes en el gasto público, los mayores en nuestra reciente historia
democrática— podrían llegar a desestabilizar nuestra sociedad e incluso hacerla
descarrilar. O eso es al menos lo que opina ni más ni menos que el 73% de los
españoles, para los que nuestro país se encuentra al borde de un estallido
social a causa del nivel de paro y pobreza ya alcanzados. Probablemente lo que
esta respuesta expresa no es tanto la percepción de la inminencia real de dicho
estallido si no el extendido temor de que si las cosas no mejoran eso sea lo que
inevitable —e indeseadamente— termine pasando.
Hasta ahora la sociedad española ha reaccionado con serenidad y civismo ante
cuanto lleva ya cinco años ocurriendo, y ello pese a la generalizada sensación
de agravio comparativo: un abrumador 96% piensa que los efectos de la crisis no
están siendo soportados por igual por todos los sectores sociales sino que solo
están recayendo sobre una clase media en situación cada vez más precaria y sobre
los sectores más desfavorecidos, cada vez más empujados hacia la marginalidad.
La idea ampliamente dominante (detectada ya en un sondeo reciente de
Metroscopia) es que estaríamos regresando a una España minoritaria de ricos
frente a otra, crecientemente mayoritaria, de personas pobres o en trance de
serlo.
En todo caso, la gravedad que la situación parece haber alcanzado ya queda
reflejada en el hecho de que ni más ni menos que el 86% de los españoles piense
que de no ser por la intervención de entidades asistenciales como Cáritas o Cruz
Roja la crisis social se habría hecho ya insostenible. Lo que se conoce como
tercer sector (organizaciones sin ánimo de lucro) estaría así actuando como
eficaz dique de contención, impidiendo, por ahora, el derrumbe social. En
cambio, el primer sector (es decir el ámbito político-institucional), del que la
ciudadanía espera en primera instancia solución a sus problemas, solo inspira,
según la práctica totalidad de la ciudadanía (97%), desconfianza y desafección
crecientes.
José Pablo Ferrándiz es sociólogo y
vicepresidente de Metroscopia. En twitter, @JPFerradiz