(Publicado en La Vanguardia-Caffe Reggio, aquí)
EL ÁGORA
Sin que sirva de precedente, las versiones de la Generalitat y del Gobierno central son coincidentes: el proceso soberanista catalán suscita la preocupación de la autoridades europeas. Así lo ha reconocido el president Mas y así lo reconocen fuentes gubernamentales que detallan que desde Berlín y Bruselas se les ha solicitado información al respecto. Es lógico: Catalunya es una región europea localizada en una zona estratégica del Mediterráneo, gozne entre dos estados vertebrales de la Unión –España y Francia–, con una densidad demográfica notable, una aportación al PIB español de casi el 19% y un acervo cultural de larga tradición y muy firme penetración en el país vecino. Catalunya forma parte de España desde hace siglos –se fije donde se fije históricamente el comienzo de esa unidad territorial– y en el imaginario europeo la ficha española incluye Catalunya de manera natural. En definitiva: no hay representación verosímil de un “nuevo Estado” en la UE y por eso, como ha subrayado Duran Lleida, el proceso independentista no tiene “padrinos” internacionales.
Aunque, en todo caso, los dirigentes europeos verbalizan que el proceso que se vive en el Principado es “un asunto interno”, lo cierto es que se percibe con mayor cercanía que el que plantea Escocia. En primer lugar, porque Escocia forma parte del Reino Unido que –además de asentarse geográficamente en dos islas– no pertenece a la eurozona. Y porque tanto en Bruselas como en Berlín –y desde luego en Madrid– las apuestas son rotundas sobre el resultado del referéndum escocés del 18 de septiembre del 2014: el SNP perderá el órdago y remitirá la secesión al ámbito aspiracional del nacionalismo escocés. En el mismo en el que ahora se incluyen el independentismo vasco o el quebequés. En Catalunya, en Euskadi, en Escocia o en Quebec, la secesión moviliza mucho pero no lo suficiente como ha demostrado en este diario, con criterios siempre solventes, Carles Castro el pasado 7 de abril, en lo que a Catalunya se refiere. El respaldo a la independencia razonaría el 50% pero no lo alcanzaría. Otras fórmulas de relación con el Estado –el pacto fiscal, por ejemplo, reivindicado de nuevo esta semana por Gay de Montellà en Madrid– sí concitarían mayorías apabullantes, por encima del 70%.
Tenía razón otro colega, Jordi Barbeta, cuando el pasado domingo escribía en estas páginas que el “proceso catalán será largo e irreversible, pero si se acelera, se romperá la mayoría y si encalla, estallará”. Perspicaz observación que me permito complementar con una reflexión adicional a las de su artículo (“Ante todo, mucha calma”): pese a que la reivindicación escocesa data de 1934 y que Quebec celebró su primer referéndum en 1980, a día de hoy ni Escocia se perfila como independiente ni parece que en Quebec exista energía mayoritaria para plantear una nueva consulta independentista. En nuestro mundo mestizo, globalizado e interdependiente la aspiración secesionista –en latencia en sociedades con fuerte autopercepción como la catalana– sólo emerge cuando las contradicciones en la convivencia con el Estado se exasperan que es lo que está ocurriendo en Catalunya.
Cristóbal Montoro acierta sólo a medias cuando sostiene que “la salida de la crisis desactivará el independentismo” ( Expansión de 4 de marzo pasado), porque aunque el secesionismo quede reconducido por el pragmatismo y por la insuficiencia de apoyos cívicos, económicos e internacionales, su etiología no es de orden sólo ni principalmente material sino de naturaleza mixtificada: idioma, historia, cultura, instituciones e idiosincrasia. Y ese sentimiento no se monetiza sino que se gestiona desde la inteligencia política. De tal modo que la convivencia en una unidad normalizada implica dos fases en nuestro aquí y ahora: otorgar suficiencia financiera al autogobierno y tratar los factores de identidad con modos y maneras de alta sensibilidad. A cambio, es exigible la lealtad al proyecto común y a los compromisos recíprocos.
La preocupación europea sobre Catalunya y su proceso soberanista no se circunscribe sólo al problema segregacionista como tal, sino al reto integral que plantea al Estado, a la Unión y a la propia Catalunya. Nadie, pues, debería engañarse: este asunto va a ser, antes o después, reconducido a dimensiones que esas tres instancias puedan absorber sin quebranto. Y lo más probable es que sea la propia energía soberanista la que deba localizar su reformulación en un tiempo en el que el resto de España busca, no sólo su identidad nacional, sino también la moral. Porque sin ese malestar moral español, el clamor catalán hubiese sido distinto y distante al de la Diada del 2012.
Geometría variable
El president Mas dijo renunciar a la geometría variable después del 25-N. Esa fue la razón última del pacto con ERC. Lo cierto es que el trecho entre lo que se dice y se hace es muy largo. Porque, aun dejando aparte la intensa cooperación de CiU y PP en el Ayuntamiento de Barcelona, resulta nítido que el líder nacionalista desea mantener cercanía con el PSC –eventual recambio en caso de que los republicanos fallen– y simultanear la agenda soberanista con la que impone una relación normalizada con el Gobierno de Rajoy, especialmente en los aspectos financieros que para la Generalitat son esenciales. Ni en los momentos de mayor tensión –sea verbal, sea gestual– la política deja de consistir en el manejo de hipótesis realistas. O sea, geometría variable
El sur de España
Dato del primer trimestre de la EPA referido a Catalunya: el desempleo se sitúa en el 24,53%. Pronto uno de cada cuatro ciudadanos en condiciones de trabajar estará en el paro. Una energía embalsada parecida a la de otras comunidades pero con porcentajes que revelan que el sur de España –tantos años de transferencia de rentas no han logrado su despegue– distorsiona una homogeneidad socioeconómica que debería estar más avanzada. En Andalucía el desempleo está en el 36,87% y en Extremadura en el 35,56%. Son porcentajes inasumibles y que van más allá de la crisis económica y remiten a una muy preocupada reflexión sobre la gestión pública en esas regiones y sobre el arraigo en ellas del subsidio. Son datos a valorar sin demagogia y sin complacencia.