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Nuevas políticas para nuevos tiempos (II) [por José Félix Tezanos]

Publicada el abril 9, 2016septiembre 11, 2025 por Juan Andrés Buedo
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José Félix Tezanos Director de Temas(Publicado en TEMAS para el debate, aquí)

El debate de investidura de Pedro Sánchez, como candidato a la Presidencia de Gobierno, ha sido bastante ilustrativo de la situación ante la que nos encontramos emplazados, y de las dificultades para que algunos partidos y líderes entiendan, y asuman coherentemente, la nueva complejidad político-electoral.

Buena educación parlamentaria

Mientras algunos no entiendan las nuevas coordenadas en las que tiene que moverse la política española ante un panorama de fragmentación electoral, será inevitable que la opinión pública identifique sus comportamientos y actitudes como algo más propio de la inmadurez y el infantilismo político. Por mucho que imposten sus voces y por mucho que se lancen por la senda del radicalismo de salón, y hasta de un ingenuo boicot al normal funcionamiento del parlamentarismo democrático.

Aquellos que siguieron en directo las sesiones de investidura no se llevaron, precisamente, la mejor impresión personal y política sobre el ambiente que se vivió en la Carrera de San Jerónimo. El alarde de gritos, interrupciones y réplicas “graciosas”, sobre todo por parte de algunos diputados del PP, junto a la recurrencia de las soflamas rupturistas, además del tono agresivo e insultante del portavoz de Podemos, que hace todo lo que puede –no se sabe si conscientemente o no– para fijar en la conciencia pública la imagen de su formación como el “partido del odio y la frivolidad”, no compusieron el mejor clima para facilitar el diálogo constructivo, el acercamiento de posturas y la búsqueda de soluciones a los problemas acuciantes de los españoles. Preocupante. Sinceramente preocupante.

Sobre todo, resulta inquietante la imagen de radicalización y rupturismo que se está dando en un Parlamento en el que está representada la opinión del 70% de los españoles que han apoyado con sus votos a partidos constitucionalistas y que están representados por cerca de un 75% de diputados. Diputados que se sitúan en coordenadas pacíficas y razonables, como la gran mayoría de los españoles, que ni comparten ni coinciden con el clima de crispación que alientan algunos diputados.

¿Por qué se causa, pues, tal impresión? y ¿cómo atajarla?, debieran ser las preguntas que cualquier persona sensata tendría que plantearse, empezando por esos diputados del PP que cada vez parecen más inclinados a un hooliganismo agresivo y poco educado, y a los que su actual portavoz parece animar, en vez de controlar y moderar.

Criterios para un Gobierno de coalición

Con los ánimos más sosegados, y con una debida ponderación del peso efectivo que tienen las posiciones más extremistas y rupturistas en la España real, en el empeño por agotar las últimas posibilidades de un gobierno de coalición, es preciso empezar por entender –y asumir– cuáles deben ser los criterios básicos rectores de un gobierno de coalición plausible. Esos criterios son básicamente cuatro: el primero es el principio de realidad, el segundo, el principio de ejecutividad, el tercero, el principio de credibilidad-viabilidad y, el cuarto, el principio de sintonía.

Lo primero y principal, lógicamente, es entender la nueva realidad política y asumir que tal como se reparten los escaños, ni las fuerzas de la izquierda, ni las de la derecha por sí solas pueden formar un gobierno capaz de realizar sus tareas cotidianas sin otros apoyos. Por eso, desde la derecha (Rajoy) y desde el centro (Rivera) se busca el concurso del PSOE como requisito imprescindible. De igual manera, desde la izquierda que tiene sentido de Estado y capacidad efectiva de gobierno (Pedro Sánchez) se entiende que es imprescindible el concurso de Ciudadanos, junto a otros apoyos adicionales.

La exigencia objetiva de una confluencia en el centro-izquierda tiene, además, la virtualidad añadida de que es la única vía para evitar que España se deslice hacia la bipolarización y el frentismo. Lo cual sería una auténtica catástrofe política, económica y social, que, como siempre ocurre, al final la pagarían los sectores más débiles de la sociedad (parados, precarios, jubilados, jóvenes excluidos, etc.). Y esto, visto lo que hemos visto en las sesiones del Parlamento del 2 y el 4 de marzo, no es ninguna broma.

De ahí la virtud del acuerdo ejemplificador entre PSOE-Ciudadanos que, además, contiene el germen de un posible consenso de inspiración keynesiana y de más amplio alcance, que podría ser el motor de una recuperación económica con sensibilidad social y compromisos laborales, que tanto urge impulsar en Europa en estos momentos, volviendo a la senda de los compromisos sociales y los planes de inversión y empleo que tan buenos resultados dieron en los países europeos en los lustros posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Podríamos estar, pues, ante un esfuerzo de compromiso democrático y social, que bien podría trascender la inmediatez del momento. ¿Tan difícil es entender sus ventajas?

Un Gobierno que gobierne

En relación directa con este primer criterio, se encuentra también el principio de “ejecutividad”. Es decir, el gobierno de coalición que pudiera formarse no puede estar limitado ni por unas insuficiencias parlamentarias que pudieran obligarle a pagar precios insoportables para alcanzar mayorías (no solo a los secesionistas), ni por su falta de operatividad interna cotidiana. La experiencia de otros gobiernos de mera coalición agregativa en algunos países evidencia que cuando los acuerdos se sustentan en componendas sobre el reparto de carteras y prebendas gubernamentales, el resultado es inevitablemente un gobierno que no gobierna y en el que predominan las tensiones y las peleas cotidianas por los recursos y los espacios. Por eso, cualquier compromiso de gobierno serio tiene que basarse en un acuerdo pragmático sustantivo y tiene que desarrollarse en base al principio de ejecutividad y de respeto al papel del Presidente de Gobierno, tal como requiere inexcusablemente nuestro actual ordenamiento jurídico-constitucional. Los artículos que ha publicado las últimas semanas el Catedrático de Derecho Constitucional, Javier García Fernández, en Sistema Digital, son muy ilustrativos a este respecto.

El tercer criterio que debe tenerse en cuenta en la formación de un gobierno de coalición es el de la propia viablidad y credibilidad de sus pretensiones. Es decir, los objetivos y tareas de este gobierno tienen que ser coherentes y factibles dentro del marco en el que se mueve nuestra economía. Cualquier apartamiento o excentricidad respecto al actual marco de la zona euro, en particular, y de la economía global, en general, está destinado al más rotundo fracaso.

La traumática experiencia de Grecia, en este sentido, antes de la rectificación de Txipras, nos exime aquí de la necesidad de explicar con mayores detalles este criterio. Lo cierto y evidente es que la labor de cualquier gobierno bien planteado exige una comprensión clara de ciertas realidades, así como de un conocimiento solvente de las cuestiones económicas, que desde luego no pueden abordase con enfoques propios de un planfetismo demagógico e irresponsable, que solo conduce a desastres mayúsculos, como el de Grecia, o en mayor grado el de Venezuela; por mucho que allí los populistas de turno hayan dispuesto del maná de los petrodólares y de una mayor capacidad autónoma de movimiento en política monetaria, de la que ninguno de los socios del euro disponemos en estos momentos. ¿Tan difíciles son de entender estas exigencias y realidades?

Sintonía social

El cuarto criterio que debe ser considerado por cualquiera que pretenda –en serio– formar un gobierno de coalición en la nueva situación política y social es el de la sintonía social. Para gobernar hay que hacerlo en sintonía con lo que piensa la mayoría de la población y, desde luego, teniendo en cuenta los rechazos que cada líder y partido suscita entre el conjunto de los ciudadanos.

No es baladí, en este sentido, que sean precisamente los líderes de los dos partidos opuestos al acuerdo entre PSOE y Ciudadanos en el debate de investidura –a partir de una especie de pacto de no agresión entre ellos– los que despierten más antipatías y rechazos entre los electores que no les han votado. Lo cual significa que, además de ser conscientes de sus resultados insuficientes para formular cualquier política por sí solos –¿a dónde pretenden llegar Podemos con un 20% o el PP de Rajoy con el 28%?–, estos líderes y partidos deben tener en cuenta que muchos españoles nunca les votarían, ni les apoyarían, ni ven bien que otros lo hagan. Todo lo contrario de lo que ocurre con Pedro Sánchez y con Albert Rivera. Por eso, el primer y más básico componente de acuerdo programático de gobierno se ha dado entre ellos y no entre otros. Es decir, entre quienes han demostrado mayor capacidad para llegar a una síntesis de propuestas susceptibles de ser entendidas y apoyadas por sectores bastante amplios de la sociedad española, que en su gran mayoría son básicamente de centro-izquierda y quieren políticas razonables de cambio, que generen empleo, mejoras en la calidad de vida y credibilidad para combatir decididamente la corrupción.

Las razones por las que la población española tiene actitudes de rechazo ante Rajoy e Iglesias Turrión son diferentes. A Rajoy no se le acepta porque se le ve demasiado sesgado hacia la derecha (incluso por una parte apreciable de sus votantes), porque se le ve agotado y periclitado políticamente y, sobre todo, porque se le considera demasiado conectado a los problemas de corrupción que están asolando al PP. Por ello, Rajoy no puede satisfacer ni de lejos las demandas de regeneración política que están reclamando los españoles. No se trata de una cuestión de antipatía o de rechazo personal de Pedro Sánchez y de Albert Rivera, sino de un clamor de la población que si Rajoy no escucha ni entiende es porque está muy aislado de la realidad cotidiana. Por eso, ni aunque Sánchez y Rivera lo intentaran en un momento de buena voluntad piadosa, resulta matemáticamente imposible y política-parlamentariamente intraducible. De ahí que el dilema del PP –que está totalmente solo y aislado– en estos momentos es si está dispuesto a hundirse numantinamente con su actual líder a la cabeza. Lo cual no es una cuestión menor para el conjunto de los equilibrios políticos en España.

¿Hacia dónde se encamina Podemos?

Las razones que explican el rechazo hacia Iglesias Turrión y Podemos son de tipo diferente, y muchas de ellas no están aún suficientemente explicitadas en la conciencia colectiva. Pero, lo cierto es que son muchos los que desconfían de Iglesias Turrión y su frente político interterritorial. Y no puede negarse que Iglesias Turrión está haciendo todo lo que puede para alimentar tales sentimientos de rechazo, como se vio con su comportamiento agresivo y frívolo, a la vez, en el debate de investidura de principios de marzo. Posiblemente estamos ante una personalidad demasiado creída de sí misma, que no se autocontrola bien y que no es capaz de poner freno a lo que lleva dentro, por mucho que sus consejeros de imagen le reclamen un esfuerzo de “dulcificación” y de mimetización táctica.

En cualquier caso, no debe olvidarse que Iglesias Turrión es un líder eminentemente mediático, construido a base de esfuerzos de imagen, que ha contado con un enorme apoyo en determinados medios (¿altruista?), que ha aparecido de pronto cuando en España daban la cara graves problemas sociales que generaban mucha indignación y, sobre todo, no debe olvidarse que es un político inédito. Al menos hasta ahora. Es decir, alguien que ni ha gobernado, ni ha tenido una gran trayectoria política, ni se ha fajado ni se ha contrastado en unas verdaderas elecciones primarias libres y abiertas. Lo cual significa que no es alguien sobre el que se pueda saber bien qué piensa y qué quiere realmente, o cómo se comportará en unos u otros supuestos. Algo que sí se sabía, por cierto, de Txipras, que al final no ha tenido más remedio que plegarse ante los criterios de Bruselas, después de haber causado un daño enorme a la economía griega y a su población.

Sea como sea, lo cierto es que muy pocos españoles ven a Iglesias Turrión como un posible Presidente, o Vicepresidente, de Gobierno y, a veces, ni siquiera como un socio fiable de gobierno, con una mínima claridad de idas y propósitos. No solo en lo que concierne a las iniciativas secesionistas, sino también a las cuestiones económicas y sociales fundamentales, que desaparecieron casi por completo de su argumentario parlamentario en la sesión de investidura. Por eso, no es extraño que Iglesias Turrión y Podemos hayan empezado a experimentar significativos desgastes y retrocesos electorales en las encuestas, sobre todo por parte de bastantes antiguos votantes del PSOE, que les apoyaron pensando que así podrían propiciar un mayor énfasis en las políticas sociales y de regeneración moral y democrática, y que ahora contemplan estupefactos cómo el diputado Iglesias Turrión se enreda en mensajes de odio y rechazo, y en frivolidades sobre besos, ligues y propósitos celestinescos, mientras niega sus votos para gobernar con sentido social a Pedro Sánchez, olvidando los apoyos que los socialistas han brindado generosamente a muchos de los suyos en bastantes Ayuntamientos, sin pedir puestos de gobierno, ni prebendas a cambio.

¿Qué puede salir de todo esto? ¿Se pueden esperar cambios de rumbo y de actitud en aquellos que, por sí solos, nada positivo y concreto pueden hacer en estos momentos? TEMAS

 

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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