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Europa (por Eduardo Serra)

Publicada el julio 20, 2013 por admin6567
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Eduardo Serra

Eduardo Serra (Publicado en El Imparcial, aquí)

El proceso de construcción europea que lleva ya más de medio siglo, ha alcanzado con el nacimiento del euro quizás la meta más importante de su vida pues éste ha producido unos logros espectaculares en sus ya diez años de existencia: una estabilidad sin precedentes en muchos países de la eurozona, la inflación media anual no ha superado el 2%; la productividad se ha incrementado en un 7%, la renta por habitante en un 14% y, muy especialmente, ha generado más de 15 millones de puestos de trabajo.

Sin embargo hoy, cuatro años después del comienzo de la crisis financiera del 2007, el euro se encuentra en el ojo del huracán a pesar del equilibrio exterior de las cuentas de la eurozona. Esta debilidad se antoja como un síntoma representativo de una Europa declinante que renuncia a seguir compitiendo en una economía global y no sabe bien cómo salir de la presente encrucijada. Cada vez más, parecen detectarse disensiones entre los países de la Europa del Sur, con economías más débiles, y los países del centro y norte de Europa indiscutiblemente capitaneados por Alemania (a la que el resto de la eurozona le debe unos 400.000 M de euros). Es cierto que a estos no parece faltarles razón: los países del sur hemos vivido por encima de nuestras posibilidades durante los últimos años, endeudándose más de lo debido tanto en el sector público como en el sector privado (empresas y familias) y cuando llega el momento duro de la devolución solicitamos prórroga tras prórroga; de alguna manera es otra vez la fábula de la cigarra y la hormiga.

También hay argumentos en su contra: no hemos sido precisamente los países del sur los que primero hemos roto el Pacto de Estabilidad; una parte no despreciable de los préstamos nos la han proporcionado bancos del norte y centro de Europa que ahora sufrirían las consecuencias de los impagos; también una parte muy importante de ellos ha ido destinada a comprar productos alemanes, etc., etc.

Esta situación de disensión y discordia puede conducirnos a enfrentamientos y en definitiva a la ruptura del euro lo que, a mi juicio y sin duda, conduciría al fin del proyecto europeo y a la vuelta a las aspiraciones e intereses exclusivamente nacionales; en efecto, no parece concebible que un proyecto que lleva cincuenta años sin consolidarse pueda continuar si su más importante logro (el euro) queda hecho añicos. Una Europa desunida dejaría de contar en un mundo globalizado, la voz de Europa desaparecería y las grandes aportaciones europeas al mundo, desde los derechos humanos a la economía de mercado pasando por la democracia representativa, dejarían de brillar como lo han hecho hasta ahora.

Existe otra posibilidad: que nos demos cuenta de que las ventajas de la Unión son infinitamente superiores a las de la separación; es más, que veamos que la crisis es unaoportunidad única para acelerar drásticamente el camino de la total construcción de Europa: no es posible una unión monetaria si no está respaldada por una política presupuestaria y fiscal común; la Historia nos demuestra que las uniones monetarias a medias fracasan y las uniones completas triunfan.

Hasta ahora el camino seguido, el del consenso, lo ha sido con una lentitud enervante y sus resultados son más bien cortos, Europa es hoy más una aspiración que una realidad; dicho de otro modo en Europa solo creemos los europeos. En otras latitudes se sigue hablando de Alemania, del Reino Unido o de Francia, pero es raro oír hablar de Europa y en efecto, es que para ellos Europa no existe, es sólo, como digo, una aspiración de los europeos, no una realidad.

Pero el camino del consenso ya no es posible, prácticamente todo el mundo en la eurozona es deudor de Alemania y estamos aprendiendo a conciencia que no se pueden tomar decisiones importantes sin contar con el acreedor. La crisis pues, nos está propiciando el que empecemos a caminar por otra senda, la del liderazgo alemán, que quizás nos permita incrementar súbitamente la velocidad de construcción de Europa; que nos obligue en un tiempo muy breve a unificar nuestras políticas presupuestarias y fiscales, que hagamos de una vez completa la Unión Europea, esta vez bajo liderazgo, que no dominio (y es muy importante no confundir ambos) alemán.

Cualquiera de estas dos alternativas, la pesimista o la optimista, es posible. Tiendo, sin embargo, a inclinarme por esta última: creo que Europa y la zona euro todavía siguen siendo importantes y que a nadie le interesa la ruptura de esta última. A los grandes acreedores del mundo como China, porque les interesa tener una moneda alternativa al dólar; a los grandes deudores del mundo como EE.UU. porque no se pueden permitir el lujo de perder un mercado como el europeo que a buen seguro se vendría abajo si se rompiera el euro, y menos que a nadie a Alemania a la que, además de perder una parte no despreciable de los mercados para sus productos se uniría un indudable encarecimiento de un euro preponderantemente alemán (sin la influencia bajista de los países del sur) y que, a falta de compañía europea, se vería privada de influencia en el mundo aunque siguiera siendo un país industrial muy potente y extremadamente eficiente.

Si al final se impusiera esta alternativa que hemos llamado optimista, España podría jugar en ese proceso un papel fundamental dando de paso a la sociedad española la oportunidad de un nuevo proyecto nacional; el anterior, el de incardinar España firmemente en Europa, está prácticamente alcanzado y por ende agotado; me refiero al papel de bisagra que puede jugar España entre los países del centro y norte de Europa a un lado y los del sur al otro; aunque no nos lo creamos, España tiene fama de país serio y cumplidor (hasta hace poco nos llamaban los prusianos del sur), fama que podemos recuperar en breve plazo y por tanto podríamos ser los legitimadores (siempre que nos parecieran correctas) de las decisiones adoptadas por los países llamemos “ricos”; nos erigiríamos así en un eslabón intermedio entre unas y otras naciones europeas y de algún modo seríamos los garantes del consenso.

Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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