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Los vanidosos de La Parra de las Vegas. 45 (por Juan Andrés Buedo)

Publicada el diciembre 8, 2024 por admin6567
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Moros y cristianos

En la trilogía de novelas que desde hace unos años vengo escribiendo para recobrar la memoria de los Baños de Valdeganga me encuentro ya en el volumen final de este empeño. Un propósito nada fácil, pero sí vivificante. De vuelta casi de todo en esta vida, mientras aglutino el fondo y la forma de las investigaciones que he llevado a efecto para armonizar el conjunto de esa amplia estructura literaria, transformada en un total de casi mil páginas, me encuentro ahora en el eslabón de lo que la historiografía denomina la España de la posguerra. Se halla esta cargada de todos los coloridos. 

La posguerra en el caso de España tuvo unas características muy distintas a las del postconflicto mundial en Europa Occidental. No solo desde el punto de vista de los valores o del ejercicio de las libertades y los derechos civiles, sino desde las condiciones materiales de vida y la supervivencia en tiempos especialmente difíciles. Basta señalar el dato de que hasta 1954 no se alcanzó en España la renta per cápita de 1935. Es decir, fue una larguísima y prolongada década de tiempo perdido, de dificultades en la vida cotidiana con problemas de abastecimiento de productos básicos, y sin crecimiento de PIB. Bajo un modelo de producción centralizada y autárquica, y un fuerte control de precios y de importación y exportación caracterizado por una hegemonía ideológica y un rechazo a las condiciones de los mercados. Todo con el duro enmarque de una guerra al otro lado de las fronteras españolas, la alteración en el comercio y los suministros; bajo un sistema productivo arcaico donde el sector primario agrícola seguía siendo básico, y la actividad comercial sufría constantes cuellos de botella.

Frente al plano "macro" histórico, la perspectiva de la historia local nos muestra otra visión, que no podemos -y en mi caso menos aún- dejar de lado. La historia de una localidad es la crónica de eventos y sucesos que han moldeado su desarrollo a lo largo del tiempo. El estudio de esta historia ofrece una visión única y detallada de cómo las comunidades se han formado y evolucionado. Los aspectos clave para comprender este tema son tres principalmente, el significado, las formas y los contenidos. El primero de estos tres elementos permite comprender la identidad y la herencia cultural, fomenta la conservación de monumentos históricos y tradiciones, y, además, proporciona una herramienta educativa para enseñar a las generaciones futuras sobre su pasado. Dejando aquí las formas, una cuestión técnica que se escapa del fundamente de este pequeño artículo, la referencia a los contenidos de la historia local abarcan diversos temas, que podemos agrupar en cinco grandes bloques: 

– Eventos Clave: Batallas, fundaciones, cambios políticos y sociales.
– Personajes Notables: Líderes, artistas, científicos y otras figuras influyentes.
– Economía: Desarrollo de industrias, comercio y cambios económicos.
– Sociedad: Evolución de la estructura social, costumbres y tradiciones.
– Geografía: Cambios en el uso del suelo, urbanización y desarrollo del paisaje.

Un tejido conjuntivo que con transversalidad e intermitencia vengo publicando en la colección de los vanidosos de La Parra, guiado por el único interés de transmitir que el entendimiento de la historia local permita a las personas conectar con su entorno y valorar las contribuciones del pasado al presente y futuro. Un pasado, digo, cuyas bondades tienen un gran valor y varios beneficios. Entre estos se hallan la fijación de identidad y raíces ("conexión": nos ayuda a conectarnos con nuestras raíces y entender de dónde venimos; "orgullo": fomenta el orgullo por nuestra herencia cultural y familiar), la preservación de la cultura y el patrimonio, el enriquecimiento de la comunidad -impulsando su unidad y empatía-, el generar innovación (abre las ventanas de la inspiración y el progreso), y también fomentar un alto grado de reflexión, transmitiendo autoconocimiento y gratitud.

La lenta meditación que es la escritura en cualquier instante, permite saborear la vida dos veces: en el momento y en retrospectiva. A través de esta reserva y mesuradamente he avanzado en el capítulo pertinente de la novela Turbulento colofón, arriba aludida. Ahí pretendo guardar un amplio espacio a la celebración de las fiestas de moros y cristianos en el espacio comarcal donde se engloban los Baños de Valdeganga. Una idea que destierra cualquier atisbo de insustancialidad. No por nada, sino porque se hizo durante la celebración patronal del verano de 1944 para festejar los buenos resultados económicos habidos en La Parra de las Vegas, salidos fundamentalmente de la buena cosecha de cereales y de la estupenda producción sacada de la destilería de espliego.

Un acontecimiento colectivo de este cariz posee siempre una gran complejidad, rico y variado, y cumple diversas funciones (social-lúdica, religiosa, histórica, de conformación de la identidad colectiva…).

Coexisten en el evento lo propiamente religioso, lo mítico, lo estético, lo cultural, lo emocional, lo inconsciente, lo creativo, lo colectivo,…, como comenta S. Rodríguez Becerra: “…fiesta y velada, ritual religioso y goce festivo… forman un todo difícilmente disociable…”

Los mitos han existido siempre. Las comunidades han necesitado conocer e interpretar sus orígenes, la realidad, su sentido colectivo,… Aunque el mito es un término difuso y con pluralidad de sentidos, aquí lo entenderemos como a lo que se refiere como fabuloso, extraordinario,… La mitología es una pieza importante para la conciencia de la propia identidad de una comunidad, Jesús Azcona lo afirma categóricamente: “Toda comunidad necesita un orden cronológico en que fundar el presente y de una historia a partir de la cual hacer realidad y dar sentido a lo que acontece cotidianamente”.

Algunos pueblos o ciudades pequeñas en las que celebraban soldadescas empezaron a celebrar también fiestas de moros y cristianos en el siglo XVII o en el XVIII, por influencia de las ciudades grandes, que ya las celebraban perfectamente organizadas por los gremios, y cuando sus medios económicos se lo permitieron. Así, las fiestas de moros y cristianos se añadieron a las fiestas reales y a las procesiones y romerías de la fiesta patronal, y la soldadesca que las acompañaba disparando los arcabuces comenzó a hacerlo también en las embajadas dividiéndose inicialmente en dos comparsas, una de moros y otra de cristianos, a las que en el siglo XIX se les agregaron otras más. 

En La Parra para poder hacer dicho festejo se necesitaban once personas, cuatro moros, cuatro cristianos, una mora, una cristiana y un ángel. Se encontraron y fueron los siguientes: 

  • Cristianos: José García La Parra, Capitán; Joaquín Martínez Culebras, Embajador; Cecilio del Castillo del Castillo,  Primer cristiano; Gregorio Collado La Parra, Segundo cristiano; y Soledad Martínez, Cristiana.
  • Moros: Juan José Gómez Serrano, Capitán; Saturnino Buedo García, Embajador; Victorino Visier Parrilla, Primer moro; Vicente Escudero del Castillo, Segundo moro; Evangelina Escudero del Castillo, Mora; Juan Escudero del Castillo, Ángel.

Empezaron a ensayar con mucha ilusión, y, aunque perdieron -contaron los mismos protagonistas- algunas noches de ensayo por exceso de trabajo y falta de tiempo, se fueron acoplando bastante bien; excepto el día anterior al Santo Cristo (13 de septiembre de 1944), en el que el ensayo fue un desastre. Hasta el extremo de que cuando se despidieron los "actores" para irse a dormir, todos ellos estaban convencidos que al día siguiente harían el ridículo. Pero no fue así.

Por fin, el 14 de septiembre de 1944 el pueblo estaba lleno de anhelo. La buena cosecha impulsaba a la fiesta y la diversión, a la que se añadía la amplia ilusión vecinal por la cercanía de parientes con los protagonistas. Acudieron al pueblo una infinidad de gentío, proveniente de localidades cercanas. Las chispas festivaleras se intercomunicaban, excepto para los intérpretes, que se hallaban acuciados por la responsabilidad de dejar en un alto sitial a La Parra de las Vegas. Compromiso que satisficieron con holgura.

Aquel día, a las 9 de la mañana, montados en unas mulas estupendamente ataviadas -igual que cuantos se aupaban a ellas-, se dirigieron a la Iglesia y, al salir el Santo Cristo, en su misma puerta el capitán de los cristianos tomó la palabra y después lo hizo el embajador cristiano, que cumplieron su papel de un modo sobresaliente. Continuó la procesión y donde termina la calle del Pozo -a la que se denominaba la esquina de Perico- salió el embajador moro para exponer a su coetáneo emisario cristiano este dicho:

(…) Cesen esas diversiones.
Rindan esos instrumentos.
Interín que le doy parte
de mi embajada al cristiano
como punto interesante.

El embajador cristiano no acepta lo dicho por el emisario moro y éste vuelve detrás del cementerio para agrupar a toda su tropa. Con ella detienen la procesión en la Esquina de la Fragua. Aquí hay un forcejeo y el Santo Cristo queda en poder de los moros; pero en la Plaza vuelven los cristianos y les arrebatan el Santo, entregándose ahí la horda mora con la excepción de su embajador, que se marcha enfurecido por la calle empedrada. Acto seguido este último vuelve a salir a la procesión en la misma puerta de la Iglesia, dispuesto a luchar nuevamente, pero la Mora y el Ángel le convencen para detener el combate. Desiste en la contienda y se convierte al cristianismo. Los interpretes pasan a renglón seguido a la Iglesia, dispuestos oír misa una vez situados en el Altar Mayor, los Moros a la izquierda y los Cristianos a la derecha.

En la memoria de los actores y del público presente quedó aquel evento como un recuerdo indeleble. Inalterado y para siempre enmarcado en la historia local de La Parra de las Vegas, que contaba por entonces -en el censo de 1940- con solo 488 habitantes.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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