Lo prometido es deuda, Elena.
Con este refrán, que hace referencia a la importancia de cumplir con las promesas o compromisos adquiridos, nos despedimos mi esposa y yo al salir de La Parra el pasado 17 de mayo. Y cuando alguien promete hacer algo, ya sea una tarea, un favor o cualquier otro tipo de compromiso, se espera que cumpla su palabra y actúe de acuerdo a lo prometido. Entonces voy a llevarlo a efecto, ahora que, después de una semana muy ajetreada, me sobran unos minutos para poder hacerlo.
Sin duda, pasamos una mañana espléndida, apetecible y placentera en El Ejido (así es como, derecho en mano, la toponimia aconseja decir). Después de muchísimos años acudimos al lugar para unirnos a la gratísima invitación que nos hicieron por la festividad de San Isidro.
La inevitable "deformación" profesional -que no la transforma ni la edad- me hizo reflexionar sobre un tema capital y de irremediable actualidad, como es el de la repoblación de la España Vaciada, en el que vengo trabajando desde hace más de veinte años, fundamentalmente por la insidiosa incompetencia del principal responsable político de ese marco en Castilla-La Mancha, en adversas funciones de vicepresidente de esta Comunidad Autónoma, nacido en un pueblo lindante con el nuestro -San Lorenzo de La Parrilla- y más dado a las apariencias y a los ágapes que a trabajar con seriedad sociodemográfica la solución de ese alargado contratiempo. Por esto, sí, me acordé del nefasto "panceta" Martínez Guijarro, que se mueve desgraciadamente como comediógrafo de declaraciones insípidas y reiterativas a los medios de comunicación, pegándose siempre de bruces por su loca obsesión de aparecer de "pionero".
Mejor le iría a este hombre con la reorganización técnico-administrativa del Comisionado del Reto Demográfico y, de forma conexa, del impulso y expansión aplicada de la Ley 2/2021, de 7 de mayo, de medidas económicas, sociales y tributarias frente a la Despoblación y para el Desarrollo del Medio Rural en Castilla-La Mancha. Así, observé en el ejido de La Parra que la repoblación de la España Vaciada es mucho más que una estrategia demográfica: es un fenómeno social y cultural que se nutre de la reunión, la celebración, el gusto por la vida rural y la recuperación de recuerdos y tradiciones. Una circunstancia que agrupa estos cuatro ejes clave a través de iniciativas, eventos y testimonios que están marcando -y más que pueden hacerlo si se conducen bien- el renacer de los pueblos.
La revitalización de la España Vaciada comienza por el reencuentro de personas y colectivos que comparten el deseo de devolver vida y oportunidades a los pueblos. Iniciativas como TÚrepueblas fomentan la conexión entre nuevos pobladores, ayuntamientos, empresas y entidades sociales, creando una red de apoyo que facilita la integración y el arraigo en el entorno rural. Además, movimientos ciudadanos como la Revuelta de la España Vaciada organizan reuniones y encuentros periódicos para coordinar acciones y reivindicar inversiones e infraestructuras que hagan posible la repoblación sostenible.
La celebración es un motor fundamental para atraer visitantes y nuevos habitantes, a la vez que refuerza la identidad local. Festivales como LeturAlma en Letur (Albacete) combinan música, talleres, teatro y actividades familiares, logrando atraer a miles de personas y llenando hoteles y restaurantes de la comarca. Estos eventos no solo dinamizan la economía local, sino que también se convierten en espacios de encuentro intergeneracional y de intercambio cultural. Otras localidades organizan certámenes de cine, encuentros poéticos, ferias y actividades artísticas para ampliar la oferta cultural y fomentar el sentido de comunidad. De todo esto me acordé en la pasada celebración de San Isidro, mientras probaba la magnífica caldereta servida a los congregados en el ejido comunal parreño, compartiendo mesa con Juli, Elena y Alicia.
El gusto por la vida rural se traduce en la búsqueda de una mayor calidad de vida, contacto con la naturaleza y la recuperación de valores comunitarios. Los proyectos de repoblación promueven el emprendimiento en sectores como la economía verde, el ecoturismo, la gestión de servicios para mayores y la creación de espacios de coworking, adaptándose a las nuevas formas de trabajo y consumo. El atractivo de la vida en los pueblos se refuerza con la oferta de ocio, cultura y gastronomía, así como con la posibilidad de desarrollar proyectos personales y profesionales en un entorno más humano y sostenible.
La repoblación implica también la recuperación de recuerdos y tradiciones. Los testimonios de antiguos y nuevos pobladores, como los de La Parra de las Vegas, muestran la dureza y el valor de la vida rural en el pasado, pero también el deseo de mantener viva la memoria colectiva y el patrimonio cultural. Los eventos y encuentros sirven para transmitir historias, refranes y costumbres, fortaleciendo el vínculo entre generaciones y consolidando la identidad de los pueblos. Y a fe viva que disfrutamos; como nos ocurrió con Alicia al recordar a San Cucufato, un santo cuya figura se ha convertido en protagonista de uno de los refranes y rituales más conocidos en España para encontrar objetos perdidos. Aunque no es un santo de gran relevancia en el calendario litúrgico, su fama popular se debe a una tradición oral que mezcla humor, irreverencia y superstición.
La costumbre consiste en hacer un nudo en un pañuelo, trapo o trozo de tela mientras se pronuncian estas palabras. El nudo simboliza la atadura de las partes nobles del santo, “amenazándolo” en tono jocoso para que ayude a encontrar el objeto perdido. Una vez que el objeto aparece, se debe desatar el nudo y agradecer al santo.
Existen pequeñas variantes según la región o la persona que lo recita:
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"San Cucufato, San Cucufato, lo que más te duele te ato; si no me encuentras (el objeto), no te lo desato".
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En algunas versiones, se hacen siete nudos en el hilo o tela, repitiendo la oración con cada nudo, ya que el número siete tiene un simbolismo especial de plenitud y perfección.
Este refrán y ritual son ejemplos de cómo la religiosidad popular mezcla el humor y la fe en prácticas cotidianas. La figura de San Cucufato, a través de este dicho, se ha convertido en un recurso habitual cuando se extravía algo en casa, y su fama compite incluso con la de otros santos tradicionalmente invocados para causas perdidas, como San Antonio de Padua. Como buena creyente lo apostó mi esposa, que se trajo cuatro piedras de La Parra a la vivienda habitual de Cuenca, en recuerdo de un día inolvidable y aconsejado.