Está visto que a los europeos y, especialmente a España, no parece que les esté permitido mantener el sosiego por mucho tiempo. Por un error de bulto de Bruselas y del cálculo de lo que podrían ser las reacciones del señor Putín de Rusia, se tomó la decisión de intentar atraerse a Ukrania a la órbita Europea algo que, como era previsible, no les pareció nada bien a los señores del Kremlin, tal y como se ha demostrado en lo que ha devenido en una guerra civil entre los ucranianos; con la consecuente situación de tirantez política entre Rusia y los EE.UU y la CE, incluyendo lo que todavía se puede considerar como más grave, las mutuas represalias entre ambos bloques que, como ya hemos notado en nuestra nación, han empezado a causar problemas en las relaciones comerciales con los rusos, especialmente en las que hacen referencias a nuestras carnes, frutas y demás productos hortícolas que les exportábamos. .
Es obvio que, esta situación, no ha venido favoreciendo en nada la tímida recuperación de los países de la zona euro y, como viene ocurriendo demasiado frecuentemente, con distintas repercusiones, según sean aquellos países que mantienen unas relaciones comerciales más fluidas e importante con la nación rusa o se trate de naciones cuyas transacciones comerciales con ella sean más limitadas. Pero no debemos achacar por completo al tema de Ukrania, esta sensación que los ciudadanos europeos venimos percibiendo de que, los asuntos económicos en algunas naciones de la UE, no están yendo de una forma tan favorable como se había calculado para este año 2014.
Si en España los acontecimientos del norte de Europa ya nos están afectando, aunque en menor medida que a los países norteños, existen otras naciones que han frenado su evolución alcista debido a que su economía, como ha sido el caso alemán, ha sufrido una contracción de un 0'2% del PIB durante el segundo trimestre de este año; retroceso atribuido al comercio exterior y a las inversiones. Las exportaciones crecieron en menor medida que las importaciones. Los franceses, por su parte, han mantenido su economía estancada en el segundo trimestre. El PIB ha registrado una caída de las inversiones en empresas y un déficit en el comercio exterior con un aumento del gasto Público. Parece difícil pues, que se cumpla el crecimiento previsto del 1% ya que se estima que sólo va a llegar al 0'5% y lo mismo va a ocurrir con el del 2015 que se estima en algo parecido al 1%.
En España, aparte del contencioso entre el Gobierno y la Comunidad catalana, que se ha convertido en un problema endémico, cada vez de peor pronóstico; tampoco se pueden echar las campanas al vuelo porque, si bien es cierto que parece que se está consiguiendo controlar bastante bien el déficit público, tanto central como autonómico; no se puede decir lo mismo respecto a la situación de la Deuda Pública, que parece que no cesa en su crecimiento; tanto es así que fuentes solventes de la economía ya afirman que la deuda pública real supera, por primera vez, el umbral del 100 del PIB. Lo peor es que desde el 2007 el nivel que era de un 40% del PIB hasta la actualidad, que supera el 98% (oficial), el incremento se ha situado en un 145%. El endeudamiento que, este incremento supone para cada familia española, según datos de Libre Mercado, una cifra aproximada de 35.380 euros. Las cifras del pasado junio, demuestran que la deuda pública oficial supera el billón de euros (si sumamos las empresas públicas la deuda ya ronda el 103%).
Lo alarmante es que, hasta ahora, toda Europa se miraba en la boyante Alemania y en su política económica, basada en una floreciente economía y unas exportaciones que ponían los dientes largos al resto de naciones que todavía tenían serias dificultades para poder competir con las grandes potencias. Ahora, quizá desde que se inició el problema de Ukrania, algo que los alemanes y el resto de países del norte contemplan con especial preocupación porque, si a los EE.UU, ahora suficientemente provistos de reservas de petróleo, que les permiten autoabastecerse; les permite mirarlo desde la distancia y principalmente como un problema europeo; a la vieja Europa, todavía en fase de integración y con importantes diferencias de criterio entre las naciones que la forman respecto a la forma de actuar de los capitostes de Bruselas (en gran parte dirigidos desde la Alemania de la señora Merkel); no les resulta indiferente que Rusia ponga límites a sus importaciones, amenace con recortar los suministros de gas y petróleo, algo que nadie puede descartar que, en un momento determinado, se decidiera a implantar el señor Putín, en caso de escalada del conflicto ucraniano.
Todo ello forma un melting político-económico que, a muchos ciudadanos, se nos antoja harto complicado de descifrar y, en realidad, lo que ha sucedido ha echado un jarro de agua fría sobre el optimismo con el que, durante los últimos meses, habíamos contemplado las incipientes muestras de una recuperación que, sin echar las campanas al vuelo, nos permitía relajarnos un tanto respecto al pesimismo y nos permitía soñar con tiempos mejores. Lo malo de esta batalla absurda, entre la manía de la oposición de negar cualquier avance, de insistir en que estamos peor que antes y utilizar todos los medios a su alcance para segarle la hierba al Gobierno aunque, con ello, lo único que vayan a conseguir es echar por la borda todos los esfuerzos que se han exigido a los ciudadanos para salir de la crisis y, por otra parte, el empeño del Ejecutivo en pintarnos que ya estamos fuera de peligro y que, a partir de ahora, todo van a ser coser y cantar. Lo peor es que es muy difícil saber encontrar la verdad de lo que nos esta pasando en nuestra nación, cuando tenemos que ser los ciudadanos los que debamos buscarla en un término medio de complicada ubicación.
Los españoles, por desgracia, tenemos demasiados frentes abiertos que se nos acumulan, quizá en los peores momentos para vernos obligados a enfrentarlos. Por una parte, el problema de lo que hacer con nuestras frutas perecederas, que circulan por Europa sin que se sepa que hacer con ellas. Europa, como siempre, parece que necesita demasiado tiempo para solucionar las eventualidades para las que tiene la obligación de estar preparada. Lo mismo se puede decir del problema de las avalanchas de inmigrantes del que, al parecer, de lo único que se ocupan, como ocurrió con aquella señora comisaria que nos criticó, es de decirnos la mejor forma para recibirlos, pero no parece enterarse de dónde se deben de alojar ( muchos de ellos no sabemos por qué motivos van a parar a Madrid y a Barcelona) ni, por otra parte, se pone las pilas cuando España e Italia le piden ayudas económicas con las que hacer frente a tan problemática invasión. En realidad, creo que los países del Sur de Europa deberían aliarse, en un frente común, para que las naciones privilegiadas no abusen de su superioridad.
Lo cierto es que, si no espabila, el Gobierno se puede ver enfrentado, a la vez, con el problema de la consulta catalana; con el peliagudo problema de los inmigrantes que nos abordan a través de Ceuta, Melilla, Tarifa y Cádiz; con las elecciones Municipales, en las que se va a tener que medir, por primera vez, con una serie de partidos de izquierdas emergentes, que va a poner en cuestión su futura autoridad para gobernar (a pesar de su amplia mayoría), su coherencia interna hoy en día en peligro de romperse; y, por si fuera poco, seguir dando la imagen en el extranjero de que somos una nación de fiar, para que sigan manteniendo su confianza en nosotros. Una tarea complicada de mucha responsabilidad. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, se valora una situación de alto riesgo.
Miguel Massanet Bosch