
Sin periodismo independiente, la provincia pierde vigilancia, verdad y posibilidad de cambio.
Cuenca vive sin verdadero cuarto poder. Con medios escasos, plantillas reducidas y una creciente dependencia de subvenciones públicas, el periodismo local ha perdido su papel de contrapoder. Ya casi nadie incomoda a las instituciones: se reproducen notas oficiales sin contraste, se evitan temas “espinosos” y la crítica se sustituye por promoción institucional. Sin prensa libre, la democracia se vuelve ciega; sin periodistas valientes, la verdad desaparece.
La provincia cuenta con profesionales comprometidos, pero faltan recursos y espacios independientes. Como recordaba recientemente la nueva presidenta de la Asociación de la Prensa de Cuenca, “el periodismo local vive una crisis permanente acentuada por la falta de medios y por el abandono de muchos compañeros”. Mientras tanto, los gabinetes de comunicación de administraciones públicas y partidos políticos multiplican su poder narrativo, ocupando el terreno que antes pertenecía al periodismo libre.
A nivel regional, Castilla-La Mancha ha intentado construir un frente común contra la desinformación con la Declaración contra las fake news, firmada por casi sesenta medios. Sin embargo, el mayor peligro no está solo en las redes, sino en la autocensura que se instala en muchas redacciones dependientes del favor institucional. La defensa de la veracidad necesita independencia económica, no solo buenas intenciones.
Durante la última jornada por la Libertad de Prensa celebrada en Cuenca , los propios periodistas reconocieron que su oficio se sostiene en condiciones precarias y con escasa estima social. Hablar de libertad mientras se teme perder una subvención o una publicidad institucional es una contradicción insostenible. Cuenca necesita medios que vivan de sus lectores y oyentes, no de los despachos.
Por eso la nueva hornada de medios locales, como El Digital de Cuenca, que se define “abierto a la voz de los ciudadanos y al servicio de la provincia” , representa una oportunidad real para regenerar el oficio. Solo apostando por la independencia y la participación ciudadana podrá formarse una prensa verdaderamente incómoda, libre y valiente.
Sin ese cuarto poder, la Cuenca democrática corre el riesgo de volverse muda, sumisa y desinformada. Y una tierra que no se atreve a decir la verdad sobre sí misma, acaba por dejar de existir.
El silencio que protege al poder
En toda democracia madura, el periodismo cumple una función sagrada: vigilar al poder. No es un oficio de cortesía ni de favores; es una tarea incómoda, necesaria, que incomoda al político, irrita al empresario y alerta al ciudadano. Pero en demasiados rincones de España —y Cuenca es un ejemplo dolorosamente claro—, ese periodismo vigilante ha desaparecido o nunca terminó de consolidarse. Lo que sobrevive es un simulacro de prensa, una liturgia de titulares amables y silencios convenientes.
La causa principal no es la falta de talento, sino la dependencia estructural. Los medios locales se sostienen con ayudas públicas, publicidad institucional o contratos de comunicación que garantizan su supervivencia a cambio de su docilidad. Lo que se presenta como “apoyo a la prensa” se convierte, de hecho, en una mordaza subvencionada. Un medio que depende del presupuesto de quien debe fiscalizar no puede ejercer su independencia: vive condicionado, teme perder el contrato, evita la fricción. Así, el periodismo deja de ser contrapoder para convertirse en decorado.
La consecuencia inmediata es el empobrecimiento del debate público. Cuando todos los medios repiten el mismo discurso oficial, cuando las notas de prensa sustituyen a la investigación, el ciudadano recibe una versión monocorde de la realidad. Los errores de gestión, las redes clientelares o la ineficacia administrativa pasan inadvertidos. No hay escándalos, no porque todo funcione bien, sino porque nadie se atreve a contarlo.
A ello se suma otro problema menos visible, pero igual de corrosivo: la precariedad profesional. Muchos periodistas trabajan por sueldos mínimos, sin recursos ni tiempo para investigar, atados a una jornada que los obliga a producir titulares y no reportajes. En esas condiciones, la vocación crítica se erosiona y el oficio se reduce a reproducir comunicados oficiales. No hay redacciones sólidas, no hay inversión tecnológica, no hay espacio para el periodismo de datos o de investigación. La consecuencia es un ecosistema mediático envejecido, conservador y predecible.
Pero la responsabilidad no recae solo en los periodistas o en los políticos. También es de una ciudadanía que ha dejado de exigir transparencia. El ciudadano que no se indigna ante la opacidad se convierte, sin saberlo, en cómplice de ella. Sin lectores críticos ni asociaciones activas que reclamen rendición de cuentas, el poder se acomoda en su impunidad. Y el silencio, como una niebla densa, termina cubriéndolo todo.
Cuenca, como tantas provincias interiores, sufre esta enfermedad con especial gravedad. Su estructura institucional cerrada, su tejido económico frágil y su cultura política basada en la lealtad personal, crean un caldo de cultivo donde el poder no necesita rendir cuentas porque nadie lo obliga a hacerlo. Los medios locales, atrapados entre la necesidad de sobrevivir y el miedo a perder subvenciones, actúan como correa de transmisión del discurso oficial.
Mientras tanto, temas cruciales —el abandono ferroviario, la despoblación, el mal uso de los fondos europeos, el deterioro de los servicios públicos— se tratan con una superficialidad casi decorativa. No hay investigación, solo declaraciones. No hay preguntas incómodas, solo complacencia. Y así, la provincia se acostumbra a vivir sin espejo, sin voz que le devuelva su imagen más cruda y verdadera.
El periodismo independiente no es un lujo; es un requisito de la salud democrática. Sin él, los errores del poder no se corrigen, los abusos se repiten y la corrupción encuentra refugio en la indiferencia general. Los medios deben recuperar su papel de guardianes del interés público, no de propagandistas institucionales. Para ello, necesitan libertad económica, ética profesional y valentía cívica.
También el lector tiene una tarea: apoyar a los medios que arriesgan, que incomodan, que no se someten. Leerlos, difundirlos, financiarlos si es posible. Porque cada vez que un ciudadano elige la comodidad del silencio, otro fragmento de la democracia se apaga.
Cuenca —y tantas ciudades como ella— necesita urgentemente periodistas que vuelvan a mirar al poder a los ojos, sin miedo ni servilismo. No por heroísmo, sino por deber. Porque un país sin prensa libre es un país sin conciencia. Y cuando la conciencia se duerme, el poder se vuelve impune y la verdad, irrelevante.