Es posible que, a los ciudadanos de a pie, nos venga ancho este tema tan complicado de la UE. Nos cuesta creer que esta vieja Europa, formada por tantas naciones de tan distintas culturas; de raíces tan diferentes; de pasados tan heterogéneos y, en ocasiones, antagónicos; de enfrentamientos, odios y viejas rencillas territoriales, de tanta variedades de ideologías y religiones; de tan distintos intereses económicos y de etnias tan diversas, en unos pocos años, por la simple decisión de un grupo de políticos, pueda dejar atrás toda la historia que arrastra tras de sí, para convertirse en un ente monolítico en el que, de pronto y por virtud de una especie de sortilegio del mago Merlín, todo el pasado quede olvidado y todos, a una, nos sumemos a un proyecto común que, si en teoría, pudiera presentar muchas aparentes ventajas para las naciones y los ciudadanos, en la práctica, no queda tan claro que pueda tener un efecto tan beneficioso, al menos, para aquellos países a los que les ha tocado el papel de comparsas de los grandes motores económicos que ejercen, de hecho, el liderazgo de este viejo mundo. Como siempre, el Reino Unido, experto en diplomacia y receloso de las intenciones últimas de sus aliados continentales, ha sido el que ha sabido ver con más claridad las consecuencias de una integración total en el proyecto de Bruselas y, al menos de momento, ha sabido mantener su moneda y una cierta independencia decisiva respecto al resto de Europa.
Es obvio que, cuando se tengan que limar las asperezas y los chirridos producidos por los distintos intereses nacionales, las distintas culturas y etnias, lo mediterráneo frente a lo nórdico, la disciplina teutona con la frivolidad española o italiana; es muy posible, y son hechos que se pueden constatar diariamente en los debates que se producen en el Parlamento Europeo, que la puesta en funcionamiento de este ambicioso plan de integración europea, entrañe muchas más dificultades, más tropiezos, más desencuentros y más avances y retrocesos de los que, en un principio, creyeron encontrarse los promotores de la unidad europea. Nadie pone en duda que, desde hace tiempo, la Alemania de la Merkel y la Francia del señor Sarkozy son los países que manejan la batuta de esta sinfonía inacabada que es la UE. Esto, que pudiera tener su parte positiva, no hay duda que para España y otras naciones más afectada por la crisis mundial, entraña más de un inconveniente, que está quedando patente durante esta descafeinada presidencia española de la UE, si es que queremos valorar con objetividad los primeros resultados de la andadura de Zapatero por esta estrecha senda que le han dejado entre el presidente permanente del Consejo Europeo, señor Van Rompuy, y el liderazgo conjunto Franco-Alemán, que apenas le permite meterse de canto en la política europea y. aún así, las veces que ha pretendido gallear, ha salido del trance como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando.
¿Recuerdan ustedes aquella propuesta de una ley de economía sostenible, energías alternativas y exigencias presupuestarias para toda Europa?; les refresco la memoria sobre aquella propuesta de sanciones a los estados que no cumplieran con las normas que pretendía establecer y también me gustaría que recordaran la falta de concreción de la propuesta española, su evidente improvisación y el pésimo efecto que causó en Bruselas. Fue rechazada y puesta en ridículo por toda la prensa y las cancillerías europeas y lo único que sacó de su “machada”, nuestro señor Zapatero, fue que lo comparasen con el cómico inglés Mr. Bean. Lo cierto es que, desde aquel fracaso, la dirección española de la UE ha transcurrido con más pena que gloria, siendo el señor ZP sistemáticamente apartado de los foros importantes celebrados por las naciones señeras de la UE ( recordemos los encuentros de los mandatarios de Francia, Alemania para intentar solucionar el problema griego, en los que España fue marginada, y podríamos decir más, amonestada severamente en Davos, donde pusieron al señor Zapatero entre la espada y la pared, dando lugar a una de las más sonadas metidas de pata de nuestro Presidente cuando improvisó, como de costumbre, ofreciendo alargar la edad de jubilación a 67 años y el cálculo de las bases a 25. Un tema que ha levantado ampollas en España y que sigue coleando.
Pero ahora parece que, a Francia y Alemania, se les han subido los humos e intentan dar, quizá obligadas por la peligrosa deriva de Grecia, un paso más, a mi modesto entender precipitado, por el que pretenden que todos los problemas económicos que puedan sufrir las naciones del euro se cuezan dentro de Europa y no vayan a parar a los brazos de FMI para que les saque las castañas del fuego. Es evidente que esto supone excluir a los EE.UU. de los problemas europeos y, con la creación de un FME (Fondo Monetario Europeo) asumir las funciones del FMI para apoyar a aquellos países europeos que pudieran poner en peligro la estabilidad y solvencia del euro. No obstante esto supondría, como ya ha declarado el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, un endurecimiento de las condiciones de la ayudas para aquellos países europeos que, por no haber hecho bien sus deberes, llegando al extremo de manifestar que. “Si un Estado del Eurogrupo no es capaz de recuperar la capacidad de competencia de su economía ni de sanear sus presupuestos públicos, como última ratio debería abandonar la Unión Monetaria, aunque podría continuar siendo miembro de la UE” Para este ministro, partidario de la creación de un FME, las ayudas sólo se deberían conceder en casos muy extremos “de emergencia inevitable” que trajeran consigo un peligro para la estabilidad financiera de la totalidad del espacio del euro. Lo curioso es que, una vez concedida la ayuda, y cuando el beneficiario de ella volviera a repuntar, entonces sería sancionado con multas para castigar su mala gestión.
Si nos molestamos en echar un vistazo a nuestro entorno inmediato veremos que, después del caso extremo de Grecia, los que le vamos siguiendo con un déficit sobredimensionado de 100.000 millones de euros; con una paro rumbo de los 4.500.000 trabajadores; con una deuda pública que sigue en aumento y con una política interna completamente deslavazada, inconexa, de golpes a ciegas y totalmente subordinada a las perspectivas electorales del Gobierno y su partido, que se muestran inflexibles en mantener su política económica, olvidándose de que España está abocada a no salir de la crisis si no se toman medidas de ayuda a las empresas, de contención del gasto público, reducción de impuestos y potenciación de la competitividad empresarial; lo que sólo se puede conseguir si se entra de lleno y sin falsos tabúes en la reforma laboral que se pide desde todos los ámbitos de la nación, incluido del Banco de España y que sería la única manera de que el BCE y Bruselas empezaran a confiar en que vamos por el buen camino. Ni que decir tiene que, una quiebra española, el no cumplir con los requisitos de reducir nuestro déficit al máximo del 3% fijado por la UE (estamos por el 12%) dentro del plazo que se nos fijó y el seguir acumulando desempleo, pudiera dar lugar a que, Europa, pudiera pensar que España es demasiado lastre para el euro y decidieran prescindir de nosotros. Parece una utopía, pero torres más altas cayeron y no creo que ni Francia ni Alemania ni el propio RU estuvieran dispuestos a sacarnos del hoyo si se diera la circunstancia. Claro que puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.
Miguel Massanet Bosch