El escritor y político francés del siglo XVI, Michel de Montaigne, hace referencia en sus “Ensayos” a sus preferencias respecto al lenguaje, en los siguientes términos: “El lenguaje que a mi me gusta, es un lenguaje sencillo y espontáneo, lo mismo en el papel que en la boca, un lenguaje suculento y nervioso, conciso y apretado”. Hoy en día deberemos reconocer que, todas estas peculiaridades que el experto Montaigne le pedía al lenguaje, para convertirlo en agradable y entendible, salvo en raras excepciones, es difícil que las encontremos; no sólo por la degradación evidente en la que ha entrado el idioma al recoger toda clase de barbarismo, idiotismos y tecnicismos propios del enciclopedismo del pensamiento ilustrado del Siglo VIII, fruto del gran salto tecnológico que ha llevado a incorporar, al idioma, vocablos técnicos que han convertido el lenguaje en algo cabalístico que resulta incomprensible para el vulgo, incapaz de asimilar esta catarata de nuevos términos científicos que, para muchos, resultan ininteligibles.
Por ello, cuando la señora ministra de de Economía y Hacienda, señora Elena Salgado ha intentado explicar, quitándole importancia, los recientes movimientos de los mercados bursátiles, que fueron motivados por la pérdida de confianza de los inversores en la deuda española; hablando de los habituales picos y valles que suelen acompañar a nuestra deuda, pública y privada, en el mercado de valores; refiriéndose al último tropiezo de nuestra deuda, debido al efecto contagio de las deudas portuguesa y griega. Atribuyendo el percance a los habituales movimientos al alza y a la baja, como una variación normal y sin importancia. Al respeto; deberemos aclarar que, si queremos despojar a los términos técnicos empleados por la ministra de su cobertura académica, los dejamos desnudos de su piel universitaria y los expresamos con términos sencillos y espontáneos, como hablaba Montaigne, es posible que seamos capaces de entenderlos.
Veamos, si partimos de que, el Estado, es quien recauda los impuestos y, a través de los presupuestos Generales del Estado, los distribuye entre los distintos capítulos de gasto (gasto público); entre los que pudiéramos citar: los gastos de sanidad, infraestructuras, gastos militares, gastos de la Justicia, Sociales etcétera; podremos entender, fácilmente, que si, como ocurre en la actualidad, a causa de la crisis, se recaudan menos impuestos debido a los menores beneficios de las empresas, a la menor demanda de los ciudadanos y al ahorro que comporta una situación de inseguridad en el futuro, como la que ahora tenemos; es fácil colegir que si, por otra parte, aumenta el capítulo de gastos públicos a causa del desempleo desproporcionado que está afectando a España, el encarecimiento de las materias primas, el aumento incontrolado del número de funcionarios etc.; se produzca un desfase entre lo recaudado por impuestos y lo que se debe pagar para atender los distintos capítulos presupuestarios; incluso cuando, como ocurre en algunos casos, resultan deficitarios y requieren de ayudas extraordinarias ( pago del subsidio de desempleo) se produce una situación de déficit. Ante una situación semejante al Estado no le queda más remedio que endeudarse, lo que hace emitiendo “deuda pública” que se materializa en unos pagarés que se ofrecen a los inversores para que los adquieran, a un vencimiento fijo, a cambio de una compensación económica, interés, que se les abonará aparte del capital principal.
Pero, si bien un endeudamiento moderado (por debajo del 60% del PIB) puede ser aceptable como medio de financiación, cuando se sobrepasa este límite, cuando existen dificultades para que el Estado, a través del Banco de España, pueda pagar, a sus respectivos vencimientos, el capital más los intereses de la deuda pública o, en su caso, renegociar su renovación para prolongar su vencimiento; entonces, señores, es cuando el tema se complica. Lo que la señora Salgado califica de simples “picos” significa que, la deuda pública que el Estado pretenda colocar, cuando la desconfianza de los inversores les hace apartarse de invertir en ella, hay que primarla para hacerla más atractiva, lo que se lleva a cabo aumentando el porcentaje de los intereses que deben abonar a sus adquirentes y, por otra parte, especialmente en deuda a 5 y a 10 años, se tiene que contratar una ”prima de riesgo” por un seguro que garantice que la deuda y sus intereses será pagada a su vencimiento. En la actualidad, esta prima de riesgo se basa en el diferencial existente entre la confianza en el bono alemán y en la deuda española lo que supone un plus de unos 226 puntos básicos que, evidentemente, supone un encarecimiento, para el Estado, de un 2´6%.
Lo que tampoco se dice es que, estas sucesivas renovaciones de la deuda, implican que se van acumulando intereses y nuevos intereses, cada vez más elevados, de modo que estamos legando, para nuestros hijos y nietos, una deuda pública a la que deberemos añadir la autonómica, sin dejar de tener en cuenta la privada de bancos y cajas; que va a constituir una enorme losa sobre el país, que es muy probable que no pueda hacer frente a esta herencia maligna que, estos que nos gobiernan, les van a legar. Eso sí, ellos habrán conseguido enriquecerse y dilapidar el dinero de los españoles regalándolo a repúblicas bananeras, o invirtiéndolo en esta estupidez de la Alianza de Civilizaciones o en colocar a sus amiguetes y familiares, en un ejercicio de chauvinismo, clientelismo y amiguismo infame, como se viene demostrando en estos últimos días donde, lo que está sucediendo con los ERE’s fraudulentos de Andalucía y la implicación de altos cargos del PSOE, nos han abierto los ojos sobre lo que estaba sucediendo en este feudo “cortijo” del señor Chaves y el señor Griñán que, por mucho que se desgañiten proclamando su inocencia o que pretendan desacreditar a la señora jueza que lleva el caso, no se van a poder librar de la condena de todos los españoles decentes, que observan consternados lo que se esconde tras esta fachada de aparente “honradez”, que los del PSOE han venido proclamando mediante aquellos eslóganes de los famosos “100 años de honradez”.
En el Finantial Times de hace unos días, Wolfgang Münchau, competente analista, hablaba de la fragilidad de nuestra economía y de las serias dudas que existen a cerca de su solvencia futura. Citaba, especialmente, “la crisis bancaria y a la incertidumbre sobre su verdadero coste”, como el epicentro de nuestra particular crisis presupuestaria y las sucesivas moratorias en la reforma de la negociación colectiva y de los mercados de trabajo, a lo que añadía la insuficiencia de los recortes en el gasto público. Todo ello acompañado de la aparición de presiones inflacionistas, lo que ha dado lugar a que, el BCE, haya intentado atajar la inflación con la subida de los tipos de interés en un 0’25%, quedando los tipos de referencia en un 1’25%; con el peligro, según anunció el señor Trichet, de que se tengan que producir nuevos incrementos, de una forma paulatina, hasta finales del presente año. El efecto inmediato de esta política se manifiesta sobre el encarecimiento de las hipotecas contratadas a tipo variable, lo que, sumado al elevado número de parados que lastran nuestra economía y el alza de la morosidad en las entidades financieras (ronda el 6%) y puede seguir aumentando, no podemos decir que nos presente una situación idílica de nuestra economía. Lo que todavía nos queda por pasar de esta crisis que, para el señor Zapatero, parece que está amortizada, sólo lo sabe Dios. ¡Y todavía le vamos a tener que aguantarlo casi un año! Claro, señores, que esto es sólo lo que yo pienso.
Miguel Massanet Bosch