- La Comisión Europea ensaya con Madrid, Lisboa y París una nueva estrategia anticrisis
- El foco está ahora en una austeridad menos severa a cambio de más énfasis con las reformas

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, con la
canciller alemana Angela Merkel, tras una conferencia en Berlín el pasado mes de
febrero. / Tobias Schwarz (REUTERS)
Hacer política es contar historias. No se transforma un país, y mucho menos
un continente, sin una historia convincente. Ayudada por la presión de los
mercados, Angela Merkel manda en Europa desde hace tres años con un relato que
achaca la crisis del euro a la irresponsabilidad fiscal de un puñado de países.
La austeridad, según la canciller, iba a redimir a Europa con el sello del
imponente liderazgo de Berlín; había sesudas evidencias científicas tras esa
tesis (Alesina, Rogoff y demás). Pero la historia, ay, no era del todo
auténtica. Ni siquiera los modelos económicos eran intachables. El falso relato
—el
Gran Engaño, dice Krugman— solo se sostenía en el caso de Grecia, y al final
la sobredosis de recortes se ha topado con la cruda realidad: una recesión
general y una depresión en el Sur, con tasas de paro y deudas públicas que
engordan como esos personajes de Botero. La crisis existencial del euro ha
desaparecido (con la ayuda del BCE) y algunos de los desequilibrios se han
mitigado, pero la cura no ha traído ni el crecimiento ni la confianza
prometidos. El continente, en fin, necesita una nueva historia: la austeridad ha
pasado de moda.
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Y el primer capítulo es España: la UE ha iniciado mirando a Madrid un viraje
que refleja tanto las dudas de los líderes como la marea de indignación en los
países más golpeados. La fatiga tras sucesivas dosis de austeridad amenaza con
instaurar un debate corrosivo entre los países periféricos, que no ven la salida
del túnel pese a los esfuerzos, y Berlín y compañía, siempre recelosos de que el
Sur aproveche la menor oportunidad para no hacer los deberes. Consciente de que
esas grietas son peligrosas, Bruselas ha abierto con España, Portugal y Francia
una nueva fase.
Está por ver aún si ese viraje es real o solo retórico. Pero de momento Bruselas
dejará de mirar con lupa las cifras de déficit y pondrá todo el énfasis en las
reformas: se trata de suavizar la austeridad, algo que según los críticos
con la Comisión (que son legión) no es más que una nueva chaqueta para la misma
camisa de fuerza. Pero atención: Berlín ni siquiera quiere cambiar de chaqueta;
apenas cree que hay que llevarla al tinte. “Yo lo llamo ahorrar, equilibrar el
presupuesto. Los demás usan el término austeridad, que suena como algo
verdaderamente malo”, decía esta semana Merkel tratando de encontrar nuevas
palabras para mantener invariable el discurso ante el riesgo que eso supondría
en su carrera por el poder. “Recesión y austeridad no tienen relación”, aventuró
su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, convertido en guardián de las
esencias alemanas.
Y sin embargo algo se mueve en Europa. “La realidad empuja a la UE hacia un
nuevo enfoque menos obsesionado con la austeridad: eso es muy positivo”, resume
desde Princeton Ashoka Mody, ex alto funcionario del FMI. Los primeros coletazos
de ese supuesto giro ya están ahí. “España y otros casos flagrantes demuestran
que ha llegado el momento de repensar la estrategia. Aunque el giro no se verá
con claridad hasta que pasen las elecciones alemanas”, admite una fuente
europea.
¿Bastará con ese margen para España, Portugal y Francia y el nuevo mantra de
las reformas? La media docena de fuentes consultadas apuntan que eso compra
algo más de tiempo. Pero añaden que, junto con esa relajación, hacen falta
estímulos allá donde puedan hacerse y políticas europeas, hasta ahora
desaparecidas. Y ahí, de nuevo, hay que mirar hacia Alemania. Berlín permite
levantar uno de los dos pies que apretaban a fondo el pedal del freno, pero a
cuatro meses de sus elecciones Merkel no quiere ir más allá: “Su opinión pública
no está preparada para nada más, y además a Alemania le ha ido bien así”,
indican fuentes diplomáticas.
Y sin embargo la marea no deja de subir. El presidente de la Comisión, José
Manuel Barroso, advierte ahora de que la austeridad está rozando sus propios
límites. El nuevo primer ministro italiano, Enrico Letta, se ha estrenado con un
llamamiento a relajar la política de recortes si Europa no quiere “perder toda
su credibilidad”. El presidente del mayor fondo de renta fija del mundo, Bill
Gross, reclama a Europa que gaste para volver a crecer. Pero la prueba del
algodón de que hay algo parecido a un cambio de tono en Europa son las palabras
del siempre timorato Pierre Moscovici, ministro de Finanzas francés: “Alemania
defiende sus posiciones más tradicionales, pero el clima dominante en la
comunidad internacional está muy claramente orientado hacia el crecimiento. El
rigor presupuestario no debe ser abandonado, pero la austeridad por sí sola no
es la solución”.
Un duro documento interno del Partido Socialista francés llama al presidente
François Hollande a combatir el “egoísmo intransigente” de Merkel. Y ese es el
estado de ánimo de buena parte de la política europea, que sigue tratando de
zafarse de una narrativa ineficaz tras varios años de rigor y más rigor, camino
del rigor mortis. Nadie en Bruselas, ni mucho menos en Berlín, entona en público
un mea culpa. Y aun así los primeros signos del viraje “reflejan que algunos
empiezan a tener serias dudas sobre los efectos de sus políticas”, indica una
alta fuente europea.
Fuera de las instituciones los expertos hablan más claro. Barry Eichengreen,
quizá el mejor conocedor de Europa entre los economistas estadounidenses, es
tajante: “Hay políticos en Bruselas y Berlín que entienden las consecuencias de
que la gente esté perdiendo la paciencia. Europa lleva mucho tiempo con el
cuento de que la recuperación está a la vuelta de la esquina, de que son todos
los demás bloques económicos del mundo quienes están equivocados. Ahora por fin
se decide a levantar el pie con la austeridad. ¿Irá más allá? ¿Hará algo más el
BCE? Es imprescindible”. “Bruselas y Fráncfort han despertado; Berlín lo hará en
otoño. Es triste que hayan tardado tanto”, añade.
Charles Wyplosz, del Graduate Institute, acusa a la Comisión de hacer lo de
siempre: “Demasiado tarde, demasiado poco”. Y recomienda a países como España
“congelar sus déficits estructurales con políticas fiscales neutrales y esperar
a que Merkel reconozca que su estrategia ha fracasado, algo que no hará al menos
hasta las elecciones, quizá nunca”. El auge de partidos populistas, y sobre todo
una posible recesión en Alemania “serían un caramelo envenenado, pero podrían
funcionar como detonante definitivo para un cambio real”, advierte Wyplosz.
En Bruselas, los think tanks más influyentes dan por hecho que el
viento ha cambiado. “El debate ha experimentado un giro gradual”, que favorece a
España, indica Guntram Wolf, de Bruegel. Daniel Gros, del CEPS, explica que en
este momento ya es más importante la corrección del desequilibrio comercial que
la reducción del déficit. “España se ha movido rápidamente hacia un superávit
comercial: los mercados lo han entendido y se han relajado, y eso dificulta la
presión de Bruselas. O sea que el énfasis en la austeridad no tiene más remedio
que cambiar”, apunta Gros.
Cuando estalló la crisis, incluso los más liberales se volvieron keynesianos.
Salvaron a la banca, pusieron en marcha fuertes estímulos, hicieron lo que fuera
por evitar una depresión. Después, Europa se asustó y repitió el error de
Roosvelt en 1937, el de Japón en 1997: retirar estímulos precipitadamente
provocó la dolorosa recaída actual. Pero el péndulo vuelve a girar al compás de
la historia: ninguna gran economía ha conseguido nunca salir de una gran crisis
al tiempo que imponía austeridad a ultranza. “Es un acto criminal ignorar
deliberadamente las lecciones del pasado con lamentables perogrulladas sobre la
responsabilidad fiscal”, dice el neokeynesiano Joseph Stiglitz en su último
libro. “Europa tiene que hacer más”, subrayan los editoriales de la prensa
liberal anglosajona en los últimos días, que invitan así a encontrar una nueva
historia a la que aferrarse. Nada fácil.