Si los españoles caemos en la tentación de autocompadecernos por los estropicios del bipartidismo creyendo que sólo nos ocurre a nosotros, no tenemos más que mirar a Europa para comprobar que el mal está ampliamente extendido. La actuación de populares y socialistas europeos desde antes de la campaña electoral hasta la fecha está siendo inolvidable por su capacidad para sembrar el caos. Los gobiernos de los grandes países también se están sumando el penoso espectáculo (salvo quizás el francés, que parece estar fuera de combate desde el 25M). Cómo estará el asunto que ha tenido que ser Mario Draghi, en teoría un cargo no político (y, por supuesto, no electo) el único que ha dado muestras de haber comprendido la gravedad del resultado electoral, lo que ha llevado al Banco Central Europeo a tomar ambiciosas medidas de impulso al crecimiento económico.
Los grandes partidos no se cansaron de repetir que de las urnas del 25M saldría un presidente de la Comisión elegido por los ciudadanos. Como el partido más votado fue el Partido Popular Europeo, le correspondería el cargo a Jean Claude Juncker, expresidente de Luxemburgo. Ya antes de las elecciones, Angela Merkel aseguró que no se sentía obligada por el compromiso de los partidos. Hace unos días, Martin Schulz, candidato socialista,se mostró favorable a una gran coalición europea para que socialistas y populares se repartieran los cargos (lo que llevaría a los socialistas españoles, por ejemplo, a apoyar al hombre que, como presidente del Eurogrupo, jugó uno de los papeles más discutibles en la gestión de la crisis). Después se supo que Reino Unido presionaba para que Juncker no fuera elegido -por demasiado europeísta para el criterio de Cameron-, lo que llevó al candidato a acariciar la idea de limitar la libre circulación de personas en la UE. No debió de ser suficiente, porque parece que ahora Juncker empieza a quitarse del medio.
El papel que está queriendo jugar Reino Unido es también revelador. No rechaza a Juncker por sus muchos defectos políticos, sino por una virtud que cree ver en él: su europeísmo. Claro, que un conservador británico como Cameron ve europeístas incluso donde no los hay. Su juego es el de siempre: estar pero no estar, influir sin implicarse, frenar la construcción europea desde dentro. Para los tories (y no sólo para ellos), todo lo que huela a más Europa significa una amenaza a su libertad. En algún momento deberían empezar a desafiar el concepto de libertad que gastan. Recuerdan en ocasiones a los confederados durante la Guerra de Secesión en Estados Unidos. Su pavor a un gobierno central fuerte y con competencias les llevó a defender un modelo que estaba abocado al fracaso. La confederación lleva dentro el virus de la separación. Por el contrario, el federalismo del norte fue lo que permitió construir un Estado moderno. Una encuesta reciente explica que crece dramáticamente el apoyo a la secesión en Escocia. Visto por el lado positivo, quizás la amenaza de ruptura pueda conducir a los británicos a replantearse seriamente su posición respecto de la integración europea. En el fondo, Londres podría probar en Escocia la misma medicina que administra en Bruselas.
UPyD tiene un proyecto para Europa como lo tiene para España, y lo defenderá en Bruselas con la entrega y la convicción con que lo defiende en Madrid